lunes, 3 de diciembre de 2012

Ni Bilardistas, ni Menotistas


Las corrientes que ahogaron nuestro fútbol por unos 30 años parecen haberse erradicado del discurso futbolero cotidiano.

¿La exagerada obsesión del fútbol como ciencia que pregona la bandera bielsista? ¿La pragmática y amarrete negación a la belleza ofensiva de Falcioni? ¿La superexposición mediática y los resultados urgentes de Caruso Lombardi?
Se esté de acuerdo o no, claramente el fútbol argentino ha cambiado y las ideologías bajo las que se etiquetan a los técnicos o a sus equipos son otras.

El técnico inadaptable

La moda Bielsa genera adeptos a nivel mundial. El criticado, minimizado y menospreciado Bielsa que dejó la Selección Argentina después del fracaso en primera ronda del Mundial 2002, hoy levanta elogios de todos los colores tras su periodo al mando de la selección chilena y el trabajo que actualmente lleva adelante en el Atlético de Bilbao.
A ésta religión de la pelota, donde el rosarino es la santísima trinidad, se lo relaciona con lo estudioso, meticuloso y minucioso de un laburo de hormiga. Pero por sobretodo, con lo obsesivo. Muy por detrás queda la línea que define a un DT como “muy dedicado”.
Pero todo lo que tiene de obsesivo lo tiene de rígido.
Una de las grandes virtudes de un entrenador debería ser la capacidad para adaptarse y mostrar sus capacidades en diferentes facetas. “El Loco” no adapta su ideología de juego a los planteles con los que cuenta, sino que defiende su idea a rajatabla y es por eso que la elección de su próximo trabajo le conlleva, a veces, más tiempo de estudio que el que realiza una vez que se calza el buzo.
Escucha, estudia, bucea, conoce, analiza y recién después elige donde trabajar.
No le quedaba ningún tipo de dudas que tenía los jugadores con las características y cualidades que él pretende como mínimas para poder adaptar e instalar su idea a Chile y al Bilbao.
El sagrado matrimonio que lo une la filosofía de la posesión extrema del balón, la nula especulación y la prioridad ofensiva lo convierten en un técnico para pocos equipos.

El DT flexible

A veces que un técnico vaya en contra de sus propios ideales no significa que haya renunciado a ellos.
No se puede negar que Falcioni arrancó varias hojas de su manual de estilo por darle lugar a Riquelme en su posición natural. El entorno, la historia y el ronroneo mediático llevaron a Julio Cesar a utilizar un esquema que incluyera a un armador por detrás y no muy alejado de los delanteros, desplazando su dibujo táctico favorito. La figura de Riquelme ganó, casi siempre, la pulseada contra las intenciones de convencer y convencerse de que el equipo necesitaba otra cosa. Sin embargo, el DT campeón con un Banfield opaco, que no brilló ni conmovió por su despliegue, que supo hacer mejor que nadie lo que cada partido requería sin dejar ningún legado y que hoy rumbea por la B Nacional, no renunció a su forma de ver el fútbol más allá de la presencia del 10.
Nunca le sobró oscuridad al paladar Xeneize, pero pocos fueron los conformes con el rendimiento de un equipo que estuvo invicto durante 36 partidos y que se quedó con el Apertura 2011, la Copa Argentina y llegó a la final de la Copa Libertadores.
A diferencia de Bielsa, más allá de los nombres y los esquemas, Falcioni nunca dejó de pregonar el fútbol como él cree que debe jugarse. Un DT flexible desde lo táctico pero una roca ideológica que jamás sacará la vista de su propio arco primero, más allá de la ilusión ofensiva que pueda genera la presencia de un enganche.

De urgencias

Una de las grandes utopías que suelen repetirse en el fútbol argentino es el concepto de proyecto. Como la religión, proyecto es en lo que todos creen, pero lo que pocos ejercen. Los resultados terminan siendo el pan de cada día.
Caruso Lombardi es el antiproyecto. Pero un especialista en llevar agua cuando los puntos queman. Sus pasos por Newell´s, Tigre, Argentinos, Racing, Quilmes y San Lorenzo tiene cosas en común: Si no los salvó del descenso, estuvo muy cerca de hacerlo; pero en ninguno pudo continuar con un trabajo a largo plazo. Encontrar identidad y funcionamiento en un equipo requiere de mucho tiempo y trabajo, pero por sobre todo, requiere de mucha más dedicación hacia lo propio que hacia lo ajeno. Su gran virtud pasa por ser un excelente estratega cuando de anular virtudes del rival se trata, por eso sus resultados son altamente positivos en procesos cortos, donde dedica tanto tiempo en pos de minimizar al contrario, que no logra desarrollar capacidades propias que puedan sustentarse más allá de un puñado de partidos para poder continuar en el cargo una vez logrado el objetivo impostergable.

Los jugadores deben marcar el camino a seguir


El técnico actual debe ser práctico y adaptable. Nadie duda que cada uno tiene una forma particular de entender como debe jugarse a este deporte, pero una capacidad la cual no debe faltarle a un DT es la de saber hacer prevalecer las características de los futbolistas con los que cuenta más allá de sus ideales. El material con el que se encuentra un entrenador debería ser suficiente para marcarle el camino a seguir en cuanto a los conceptos y principios que su equipo va a desarrollar sin dejar de lado su ideología. El mejor ejemplo es Gerardo Martino, que lejos de ser preso de sus propias ideas, logró excelentes resultados, pero por sobre todo rendimientos, con dos equipos que podrían ubicarse en las antípodas del fútbol. El Paraguay que llegó a la final de la Copa América sin ganar un partido, práctico y lejos de querer enamorar futbolísticamente, en contrapartida con el Newell´s que hoy pelea la punta mientras engrosa su promedio desplegando un juego que genera envidia en más de uno. 

martes, 30 de octubre de 2012

No te vi, Diego


Prender la tele hoy y hacer zapping por los canales de deporte, solo me llena de bronca.
Hoy todos hablan de vos. Del vos de tu pasado. Del vos que fuiste y que inmortalizaste. Del vos de las hazañas entre gigantes y de las gambetas imposibles. Pero si hay algo que no le voy a perdonar a mis 22 años, es no haberme permitido verte en vivo. Vivo. Cuando realmente eras vos, ese que el mundo recuerda y que los argentinos hicieron religión.

Lejos, muy lejos, estaba de nacer cuando a vos se te ocurrió escribir la historia que más enorgullece al colectivo futbolero.

No te vi volar con la pelota en los pies y desparramar a cuanto ingles se puso en tu camino. No te vi cerrar el puño más famoso del mundo.

Cambio de canal. Italia 90, octavos de final. Tenía 2 meses y 17 días. La tele me muestra como enredaste a 4 tipos con camisetas amarrillas y se la diste a un flaco de pelo largo para que definiera en velocidad, solo.

No te vi correr más rápido que nadie. No te vi colarte entre tantas piernas.

Un canal más arriba, me lleva a Estados Unidos en 1994. Tengo 4 años y 19 días. Nigeria y tu último partido vistiendo los colores del cielo. Ese 25 de Junio en el que measte la Efedrina, Norefedrina, seudofedrina, norseudoefedrina, metaefedrina y la puta que las pario.

¿A dónde se piensa que va la rubia vestida de blanco que te lleva de la mano? ¿Cómo se atreve a sacarte de la cancha? ¿Por qué sonreís, Diego?

Si yo no te vi dejar ridículos al que osaba frenarte. No te vi correr mirando hacia la cámara, mirando fijo para eternizar otra imagen histórica, como si hubieras sabido de todos aquellos que estaban ahí atrás, festejando con vos, el zurdazo al ángulo derecho que le clavaste a los griegos después de que el Cani, Balbo y Redondo me hicieran conocer la madre de esa criatura toques cortos, en la puerta del área, rápidos y de primera, que hoy cría el Barcelona.

“No quiero dramatizar pero creeme que me cortaron las piernas. A mí, a mi familia, a los que están al lado mío”, dijiste vaya a saber a quien. A todos Barrilete, Pelusa.
Vuelvo a cambiar de canal. Solo por hoy, ya no quiero seguir viendo aquello que nunca vi.



martes, 16 de octubre de 2012

Las locuras del “Loco” en Alumni


Carlos Horacio “El Loco” Salinas estuvo solo un puñado de meses en Alumni, pero su estadía fue un torbellino que revolucionó no solo el club, sino toda la ciudad. Carismático, humilde, espontáneo y verborragico… antes y ahora, Loco.

Parece tener la receta para convertirse en ídolo. No estuvo más de 6 meses en Alumni, pero nadie que haya vivenciado sus locuras podrá olvidarlo. Carlos Horacio “El Loco” Salinas siempre encuentra lugar en su biblioteca de anécdotas para alguna fábula más. Tras su último paso por Villa María, abrió el anecdotario que permite comprender cómo se hizo ídolo eterno en un lapso fugaz.
Un tipo que en la plenitud de su carrera, con 28 años, luego de haber sido campeón América e Intercontinental con Boca, llega a un club de barrio del interior de Córdoba que elije por encima de la institución que lo vio nacer, definitivamente no es normal. O si, tan normal que anda por la vida dejándose llevar por las circunstancias para construir un camino basado en lo espontáneo.

 “¿Usted es Salinas?”

Era 1984, el “Loco” arregló de palabra con San Martín de Tucumán, el club de su barrio, y se vino a pasear a nuestra ciudad porque andaba noviando con una piba de acá.
“¿Usted es Salinas?”, lo interrogaron dos de esos locos que sueñan con cosas que los demás ven imposible mientras tomaba un café. Eran Daniel Esper y Eduardo Rodríguez, quienes necesitaron un puñado de minutos para convencerlo de que tenía que jugar en Alumni. Casualidad o causalidad, el destino puso al “Loco” en el mismo bar que dos de las personas que veían el fútbol villamariense un poco más allá de las vías del tren. Ese mismo día avisó a los tucumanos que no volvería.
“No tenía idea con que me podía encontrar, no conocía absolutamente nada del club”, recuerda quien fue uno de los cinco jugadores pedidos por el “Zurdo” López que pasaron de Boca a Argentino Jrs. como parte de pago de Diego Maradona.

Carisma por doquier

A los gritos por las calles de la ciudad en su BMW amarrillo instando a la gente a que vaya a la cancha, o yendo personalmente a cada recóndito bar, de esos donde no importa que el sol de la mañana pegue en la ventana, el vermut y la timba nunca faltan. Durmiendo la pelota en la nuca en pleno partido ante la mirada atónita de sus rivales para hacer delirar Plaza Ocampo, o peleándole de igual a igual al Belgrano invicto de la Liga Cordobesa. Nadie le decía que tenía que hacer, su idiosincrasia lo llevó a revolucionar la ciudad y su talento lo acompañó hasta la idolatría. Salinas valía cada peso que se había invertido y cumplía con los mandamientos que le habían marcado. “El trato que tenía con Alumni, no solo era jugar y mantener al equipo en la categoría, sino llevar gente a la cancha, y hacía lo que más podía para eso”.
Más allá de sus exquisitas condiciones futbolísticas, al “Loco” también le sobraba eso que no se adquiere, no se entrena, ni mucho menos se compra. Le sobraba carisma. No era extraño que pasara horas en un café charlando de fútbol con cualquiera que se acercara a su mesa.
“Una vez se corrió el rumor que me estaba por ir y los hinchas salieron a pintar las calles como protesta”, recuerda Carlos Horacio, que fue factor determinante para que Miguel Ángel Brindisi de en Alumni, el primer paso de su exitosa carrera como técnico.
“Era un maestro. Siempre encontraba la forma de hacer expulsar a los jugadores más desequilibrantes del rival. En una oportunidad, después de un partido contra Estudiantes de Río IV invitó a la bandita a la quinta de Rubén Guillén. Ahí nos esperaba con un terrible asado. Era imposible que el hincha no lo quiera, por lo que hacía adentro y afuera de la cancha”, cuenta, desde Estados Unidos, Fernando Arce, el “Enano”, uno de los emblemas de La Bandita de Alumni de aquellas épocas y éstas también.
El esfuerzo por parte de los dirigentes tenía una retribución inmediata. Plaza Ocampo explotaba de gente en cada presentación del Fortinero. Los empujones y tironeos para ganarse un lugar de privilegio bien cerquita del alambrado eran una postal habitual. Ni el agregado de tribunas tubulares evitaba que muchos quedaran en la vereda, esperando tener mejor suerte el próximo partido.

Reencuentro. El "Loco" y el dirigente Eduardo Rodríguez en su último paso por Villa María

Fútbol y algo más

Quienes lo vieron jugar, aseguran que era un júbilo. Cada minuto que pasaba en el césped con la camisera rojiblanca, cada pelota bajo la suela, o cada instante de inspiración se convertiría en una pieza que cobraría valor con el tiempo en el museo de la memoria. Pero no estaba solo.
“Nos entendíamos a la perfección porque los pibes estaban muy motivados y entrenaban muy bien. Era conmovedor ver como dejaban todo por Alumni. El equipo era muy bueno, llegamos a la final y perdimos el título con Belgrano”, alude el “Loco, y tira: “Carlitos Estobia en el arco; Luis Cáceres de seis, Rapeti de 2, Cachi de 3 y Ruidavet de 4. También jugaba Aureliano Sánchez, Jorge Molina, el “Griego” Diotidis, Agonil, Rubén Guillén y Beltrano. Más o menos esa era la base del equipo. El “Nene” Miranda era el técnico, muy bueno, pero sobre todo un gran tipo”.
“Ponía la experiencia que tenía para aconsejar a mis compañeros. No me interesaba solo jugar, sino poder ayudarlos a ellos también, me preocupé mucho por que nos conozcamos bien”, asegura Salinas, quien a la experiencia, le agregaba la picardía, como la vez que un tiro libre ejecutado por Rubén Guillén se fue al lado del palo y el “Loco”, al ver la tardía reacción del árbitro, lo abrazó y le dijo que lo gritara. Salieron corriendo con los brazos abiertos, el árbitro compró la actuación y convalidó el gol.

El legado

Cuando alguien se marcha de un lugar y deja huellas, quiere decir que de verdad ha pasado por ahí. Si esas huellas roban sonrisas, de las que no se añejan con el paso del tiempo, quiere decir que en ese lugar, ha dejado una porción de sí. “A donde voy hablo de Alumni. Fue fugáz, pero muy importante para mí”, dice en un inusual tono de seriedad para sus expresiones.
Carlos Horacio el “Loco” Salinas ya no es ese futbolista que luego de obtener la Copa Intercontinental almorzó en el clásico programa de Mirta Legrand y no probó bocado alguno por si justo le hacían una pregunta y lo agarraban masticando. Pero si es el mismo que sigue atrapando la atención de todos a su alrededor cada vez que abre la boca para desempolvar una historia. Hoy, el “Loco” pasea sus anécdotas por las innumerables peñas xeneizes a lo largo y ancho del país. Está jubilado del club, lo mismo que muchas otras glorias de Boca. Y de tanto en tanto, le da una mano a Carmelo Simeone con las inferiores. Pero nadie mejor que él, para explicar su presente: “¿Qué cómo estoy? ¡Bien! Lo único que me falta es pique, pegada, dominio, gambeta, apoyo, gol, contacto físico y cabeza. Pero en general ando bien”, cierra entre risas. No podía ser de otra manera.

martes, 7 de agosto de 2012

Royero y sus 4 décadas de masajista: "Siempre habrá un lugarcito para mi en algún club de nuestra liga"


Masajista desde hace 40 años, Jorge Royero es un personaje inconfundible en el fútbol Villamariense. Con paso por un generoso puñado de clubes y orgulloso de haber formado parte del ascenso de Alumni al Argentino A, se ilusiona con una nueva etapa en el fortinero.

Mario Requena, uno de los técnicos más reconocido que dio la ciudad, lo llamó: “Negro, vení para acá. Te voy a enseñar a ser masajista. El día de mañana me lo vas a agradecer”. Jorge Royero, un pibe de 13 años que siempre deambulaba por cuanto campito hubiera, agarró el libro que le ofrecía Requena y nunca más lo soltó. A partir de ahí, acompañó durante toda esa campaña al Central Argentino del “Pancho” Constantino, el “Chueco” Araya, el “Negro” Ludueña, la “Mona” Monasterio y el “Negro” Alba; iniciando un camino que hoy, 40 años después, todavía no terminó de recorrer.
“Fui aprendiendo con el correr de los años, pero nunca dejé desde aquella primera vez. Solo tuve una pausa cuando ascendimos con Alumni al Argentino A porque la comisión que hacía llamarse `los 12 apóstoles´ no querían pagarme nada, pero enseguida me llamaron de Argentino”, cuenta Jorge.
Casi 40 años de forma ininterrumpida como masajista de los distintos equipos de la liga, admite que es un trabajo poco reconocido: “A veces estaría bueno que se lo nombre al masajista junto al cuerpo técnico, pero a mi me alcanza con que los jugadores me reconozcan lo que hago por ellos. A mi me gusta el fútbol, y encontré la forma de estar en esto siendo masajista, que también me gusta hacerlo”.
De Central Argentino pasó a Colón de Arroyo Cabral. Ahí, jugaba el primer tiempo con la reserva y salía para empezar a hacerles masajes a los jugadores de primera. Unión Central, Asociación Española, Argentino, Alumni, Alem y Atlético Adelia María son otros de los clubes donde Jorge prestó sus servicios. “Siempre me tiraban alguna moneda cuando era chico, después de grande ya fui arreglando como un sueldo”, cuenta, y agrega que en cada lugar donde está, el acuerdo es por una temporada, después ve si continúa o no “porque me llaman de todos lados”.
Pese a haber cambiando tanto de camiseta, laboralmente hablando, Jorge asegura que jamás tuvo un problema de ningún tipo. La confianza y el respeto son los valores en los que se basa para perdurar en el ambiente del fútbol durante 4 décadas. Pero también tiene otro secreto, tan terrenal como difícil de encontrar: “Mi palabra vale. El año pasado el “Mono” Mazzini quiso que vuelva a Alem, pero yo estaba en Argentino y les había dado mi palabra. Jamás quedé mal con un club, toda la vida me manejé igual. Además todos quedan conforme con mi trabajo porque yo los atiendo bien. Los respeto y me hago respetar. También hay detalles, como cuando estaba en Alumni, como al entregar la ropa a los jugadores, se las perfumaba y le dejaba caramelos arriba. Es algo chiquito, pero se sentían bien atendidos. No creo que haya alguien en nuestro fútbol que te diga algo malo de mi”.

-¿Llega a sentirse parte de los logros o los fracasos que consigue el equipo donde usted está?
-Por supuesto. Yo cuando transcurre el partido, me paro cerca del banco de suplentes y todos me hacen sentir parte, tanto jugadores como técnicos. Uno está en la intimidad del vestuario, en los entrenamientos. Cómo no me voy a sentir parte de lo que consiguen si hasta a veces los jugadores me cuentan cosas que no se las dicen a ningún otro. Viene uno y me cuenta como se siente, si quiere jugar o no, si quiere irse a otro club. Recuerdo que en el ascenso de Alumni al Argentino A los jugadores por ahí me decían: “che Royero, hablales a los dirigentes para que por lo menos se paguen un asado”. Ahora en este último tiempo, Matías Barbuio, quien me aprecia muchísimo me contaba porque no quería volver a Alumni. Me dicen lo que les pasa, lo que no les pasa, los hago sentir cómodos y en confianza, por eso me aprecian.

Sube de categoría

A los 53 años, Royero se apresta a iniciar una nueva etapa en Alumni de cara al próximo Torneo Argentino A. “Estaba trabajando con Arce en la selección de Villa María y me avisó que el profe Gustavo D´ambrossio me iba a llamar para que vuelva a Alumni. La verdad que me puse muy contento”. Se lo nota feliz, y no es para menos, los recuerdos que más atesora, son de su último paso por la institución.
“Estuve toda la campaña de Alumni en el Argentino B hasta el ascenso. El día que ascendimos en Formosa fue uno de los más felices que me tocó vivir. Disfruté mucho esa época por los lugares que conocí y por lo bien que me trataban. Con los Arzubialde nos juntábamos a tomar mates. Habían jugadores consagrados y otros que prometían como el “Diablo” Monserrat, Carlitos Herrera, la “Tota” Medina, el “Betito” Carranza y todos me trataban como uno más. Llegamos a ser amigos, íbamos a jugar al ping pong juntos, porque yo era campeón en Central Argentino”.
Jorge destaca una anécdota sobre las demás, porque pinta la humildad de un grande al que conoció en profundidad: “Una vez le dije al Diablo Monserrat que en el barrio Las Acacias había una familia que tenía los hijos con capacidades diferentes y que la madre y el padre me pidieron si podía llevarlo porque eran hinchas de River. No solo fuimos, sino que se sacó un montón de fotos y nos quedamos toda la tarde”.
La charla va llegando a su fin y Jorge Royero, quién además de masajista se gana la vida caminando las calles de la ciudad como vendedor de verduras, se ilusiona con lo que viene: “Ahora empezaré a viajar de nuevo. Si bien a veces la familia no está muy contenta, yo lo disfruto, y tengo que hacerlo porque es un trabajo”. Antes de despedirse, aclara: “No tengo fecha de vencimiento a menos que algo no me permita más hacer esto. Pero calculo que siempre habrá un lugarcito para mi en algún club de nuestra liga”.

martes, 24 de julio de 2012

Fernando Arce: Con Alumni como sea


En el fútbol, la pasión no sabe nada de distancias. Los colores no se destiñen con el tiempo y las ausencias. Los sacrificios, muchas veces, tienen recompensa. Si no pregúntenle a Fernando Arce, un símbolo de la hinchada de Alumni que hizo más de 7 mil kilómetros porque no podía estar ausente cuando su equipo jugara la promoción.

Es 15 de Abril, última fecha del Torneo Argentino A 2011/2012. Alumni batalla en Rosario obligado a ganarle a Tiro Federal, y con la necesidad de que Unión de Sunchales pierda como local con Juventud Antoniana de Salta para no descender. Necesita un milagro. A más de 7 mil kilómetros de ahí, el Enano no puede laburar de la angustia y los nervios que lo inmovilizan. Tiene la oreja pegada al teléfono. De otro lado de la línea, el celular pegado al parlante de la radio.
Alumni gana 1 a 0 y Unión de Sunchales cae por 3 a 2. El fortinero se salva y deberá jugar una promoción. El Enano no puede parar de llorar. Lo hizo durante todo el segundo tiempo.
El 20 de Junio va a estar ahí, en la tribuna. Donde sea que juegue Alumni. Se lo promete. Como lo hizo en 2010 cuando el club jugó la primera de sus 3 promociones consecutivas.
Fernando Arce dejó la tribuna de cemento de la Plaza Ocampo hace 14 años. Se fue para Estados Unidos sin trabajo, en búsqueda de un mejor porvenir. Desde pibe, con 8 años, ya formaba parte de la Bandita de Alumni. Hoy vive en Orlando, es albañil, y lo que más extraña es su querido Alumni. “Pensé que me iba a acostumbrar, pero no. No te acostumbras nunca, fuera por mí, viviría acá. Alumni me tira mucho”, suelta.

“Estar en las malas tiene otro sabor”

En la tribuna de cemento de Plaza Ocampo
“Acomodé las fechas para venir a ver Alumni. Hacía 8 meses que no venía y al principio estuve 11 años sin venir, y ahora vengo unas 2 o 3 veces por año a ver a la familia. Tenía que elegir un momento, y a mi me gusta aparecer cuando Alumni está en las malas. No sé, es más rico, se saborea más”.
Fernando es un emblema entre los hinchas de Alumni. Tenía 8 años cuando se enamoró de estos colores y se sumó a la Bandita. “Fui parte de la primera Bandita, era el más chico, me agarraban de mascota y viajaba a todos lados”, recuerda.
Su lugar en la tribuna de cemento es siempre el mismo, esperando que algún día vuelva. “Me encontré con muchos chicos nuevos, pero me agradó porque me respetaron, más allá que no me conocen, seguro otros le han contado”. Seguro les han contado de todo lo que laburó por ir atrás del equipo. Como cuando el club estaba en la Liga Cordobesa y se colaban en la capota del tren, con bombos y todo, para irse hasta Córdoba. O aquel viaje a La Rioja en un colectivo que se les paró a mitad de camino y los obligó a viajar en el techo los últimos kilómetros por el calor que hacía. Coparon la tribuna cuando la gente se iba para festejar que el equipo había ganado. “No soy un tipo de plata, al contrario, se trata de corazón. Me tuve que ir cuando Alumni llegó al Argentino B”, se lamenta.

Con Alumni como sea

Las distancias parecen recortarse, aun que sea muy poquito, con la posibilidad de seguir un partido por radio en Internet. Pero hace 14 años, la cosa era bien distinta. “Mis padres me ponían el teléfono al lado de la radio y yo allá lo pongo en altavoz. Lo sigo haciendo cuando me toca trabajar el día de partido”, cuenta Fernando, cuya hija y nieta también viven en el país del norte.
Incluso, semejante locura por los colores rojo y blanco, terminó por contagiar a su entorno. “Tengo muchos amigos allá que son de distintos lados, como Honduras y demás. Y todos los domingos me preguntan, `¿Jugamos hoy?´, porque siempre que juega Alumni y no trabajamos, hay asado. Nos juntamos y ponemos el partido al mango. Hasta un amigo uruguayo me dijo que siguió el partido de Roca por Internet, y yo estaba acá. Se hicieron hinchas también, si en Florida ni si quiera hay fútbol”.
No habrá distancia que lo separe del amor por el club, por eso intenta mantenerse al tanto de todo lo que pasa. Pero a él, la realidad institucional que vive la institución, no lo sorprende. “Hablo por teléfono con ex dirigentes, o amigos, que me cuentan lo que está pasando. Cuando llegué todos hablaban del problema de dinero. ¿Cuándo Alumni tuvo plata? ¡Si nunca la hubo! Al menos hoy tienen un predio. Somos un club pobre, con huevos y futbolero”, más claro, imposible.

Unos mil kilómetros más

 “Vamos donde sea, hay que alentar a Alumni donde sea”, les decía el Enano al resto apenas llegó. Acababa cruzar el continente de una punta a la otra y al llegar se enteró que el rival era Deportivo Roca de Río Negro, a 1078 kilómetros de Villa María.
“Los vi a todos, hinchas y dirigentes, muy bajoneados, sin ánimos. Cómo que se habían resignado a que el descenso llegaba. Incluso se habían ido varios jugadores y no había plata. Intenté levantar un poco al grupo, porque yo sabía que no pasaba nada”.
En General Roca fueron 40 hinchas los que presenciaron el 2 a 2. Arce, y unos 20 más, fueron en trafic. “No llegamos a completar un colectivo. El resto era de afuera; Oncativo, Las Varillas, que fueron en sus autos y nos cruzaron en la ruta”, cuenta Fernando, de 46 años, que asegura aún no saber una palabra en ingles.

La bandita de Alumni

“La promoción, la promoción, se va a la…”

Es domingo 24 de Junio al medio día y Alumni no juega, sufre, el partido de vuelta de la Promoción. El 1 a 1 lo deja en el Argentino A por la ventaja deportiva. Los últimos minutos son para el infarto. El Enano mira a su alrededor y ve a la gente llorar. Como cada vez que le alcanzan las monedas, o la albañilería le da un respiro, vuelve a estar en las malas. “He visto mucha gente llorar cuando terminó el partido. Esto es peor que una final por un título, acá te quedás o te vas”, asegura, y sueña: “Ojalá la próxima vez que venga sea para verlo en una final, pero de las otras. No es imposible, Sportivo Belgrano estuvo cerca, solo que ellos pierden finales, nosotros no”.
Cumplió. Hoy está en Orlando otra vez y dejó la ciudad con la sensación del deber cumplido por haber aportado lo suyo para que “el equipo se quede donde debe estar”. “¿Qué más necesita Alumni para demostrar que es de esta categoría? Dejamos en claro que podemos estar bajos futbolísticamente, pero huevos nos sobran”. Por si no quedó claro, antes de irse, desafía: “Si no, nombrame otro equipo que haya ganado 3 promociones seguidas para mantener la categoría”, se ríe, porque sabe la respuesta. 

miércoles, 4 de julio de 2012

Alexis Elsener: Sueños y realidades


Constantemente buscando escalar algún metro más en ese empinado camino hacia los sueños, pero valorando y disfrutando cada tramo como si pudiera ser el último, a sus cortos 24 años el villamariense Alexis Elsener se ganó un lugar en la élite del básquet argentino. El sacrificio detrás del jugador y la madurez que acompañó a su persona.

Tenía 16 años cuando recibió el primer golpe de una carrera que aún no había iniciado. Después de haber entrenado unas semanas en Atenas, Diego Lifschitz, por entonces técnico de las inferiores del griego, le dijo: “Ya te vamos a llamar”.
“No soy pavo, sabía que no me iban a llamar nunca más. Estaba re caliente”, recuerda Alexis Elsener, quien en ese momento defendía la camiseta de Ameghino. La situación lo marcó, y fue su primer aprendizaje.
Alexis comenzó a jugar al básquet en Asociación Española. Tuvo un paso por Sparta y a los 14 llegó a Ameghino. No tardó en sobresalir. “A los 13 años fui goleador del campeonato y le saqué 200 puntos al que me seguía. Pero, igual que ahora, era un jugador sin fundamentos, de correr todo el tiempo, con más actitud que otra cosa”.
Recuerda rivales, equipos, fechas, resultados y situaciones particulares de cada momento que pasó jugando en Villa María, como un pibe de los tantos que sueñan con llegar.

-¿Disfrutaste esa etapa?
-“Mucho, la verdad que mucho. Porque estaba con amigos y lo nuestro no terminaba en el club. Asados, juntadas, trasnochadas y después ir a jugar. Fue una etapa muy linda que por suerte aproveché mucho mientras duró, porque a los 17 me tocó despegarme de mis amigos”.

Asociación Española. Alexis, el rubio agachado.
Es que las buenas actuaciones en los Torneos Provinciales con la entidad de la calle San Juan, llevaron a que distintos clubes de la provincia posaran sus ojos en él. Eligió Unión Eléctrica (S.U.E.).
“Tenía mucho miedo. Tenía que afrontar 6to año en el Rivadavia, el sacrifico de viajar todos los días era enorme, pero me quería recibir con ellos. Fueron fundamentales. Me dormía en el colegio, era muy difícil, pero me sentía bien haciéndolo, no quería abandonar mi sueño”. Ese año, fue elegido como el mejor jugador de la Asociación Cordobesa de Básquetbol.
Atenas volvió a cruzarse en su camino muy poco tiempo después, y la situación le terminó de dar una lección que había empezado unos años atrás: “Uno de los primeros partidos en Unión Eléctrica fue contra Atenas. Les metí 27 puntos. Antes de irme de la cancha Lifschitz me quería convencer de jugar para ellos. `No, ahora no. Le di mi palabra a S.U.E.´, le dije. Me moría de ganas de ir, pero mi palabra estaba por sobre todo”.

Si, podía

En Nacional Monte Hermoso
El surco que las lágrimas marcaron en su cara en medio de la terminal de Buenos Aires después de haber sido el último desafectado de la Selección Argentina sub 18, podría ser uno de esos momentos para olvidar. Pero Alexis lo recuerda con una sonrisa, porque la experiencia le demostró que iba por el camino correcto. “Fui citado como número 42, el último. Todos eran de equipos de Liga menos yo.  Viajé a Buenos Aires a entrenar  varias veces, iba pasando cortes y me di cuenta que estaba a la altura de los otros. En ese momento fue donde hice un clic y me dije a mi mismo: `¿Porque yo no puedo?´”,  evoca Alexis, quien asegura que de no ser jugador, hubiese estudiado Abogacía.
Sí, podía. Y fue el día de su cumpleaños, el 23 de febrero, cuando recibió un llamado que se lo confirmó. El entrenador de Nacional Monte Hermoso lo quería. Era la primera posibilidad de jugar profesionalmente, pero también una decisión difícil de tomar. “Tenía que irme a Bahía Blanca. Eran 800 kilómetros lejos de todo. Después de 2 años en Unión Eléctrica, decidir apostar y fui”.
La apuesta dio en un pleno. Debutó en la Liga Nacional de Básquet y en la próxima su equipo descendió al TNA. Pero la experiencia personal estuvo lejos de ser mala. “Me sirvió para darme cuenta que tenía nivel para estar en ese lugar”.
No solo logró ascender en la temporada siguiente, sino que terminó de consolidarse como jugador al salir goleador de la competencia.

Un salto de calidad

Eran cerca de las 9 de la mañana y estaba durmiendo en la concentración durante las semifinales con Monte Hermoso cuando el teléfono lo despertó. “Hola Alexis, te habla Julio Lamas”. El técnico de la Selección Argentina de Básquet acababa de confirmar su arribo a Obras, estaba armando su plantel y lo quería a él.
Su estadía de dos temporadas en Obras incluyó un Campeonato Sudamericano, un sub campeonato de Liga, y el premio a jugador de mayor progreso de la LNB. También  fue convocado para los Juegos Panamericanos, de los que participó, y en cuya preparación vivió la experiencia de enfrentarse a Ginobili y el resto de los monstruos de la Generación Dorada.
Las idas y vueltas del deporte, lo sitúan hoy en el mismo lugar donde buscó iniciar este camino hace 8 años atrás: Atenas.


“No me gustó irme de Obras, pero es una apuesta deportiva que hago para poder volcar todo lo que aprendí en estos años, en el club que uno nace mirando cuando agarra una pelota de básquet en cualquier parte de Córdoba. Para mi es un sueño jugar ahí, que me llamen, que me busquen. Crecí como jugador pero todavía no pude explotar. Quiero dejar de ser una promesa y ser una realidad. Por eso siento que el momento de jugar en Atenas es ahora”.

Detrás del profesional

“Realmente admiro a los que juegan acá en Villa María. Siempre le digo a mis amigos que ellos son realmente profesionales, porque trabajan, estudian y en el momento que podrían descansar, sin tener nada que los obligue a ir a entrenar como a nosotros, son las 11 de la noche y están cagándose de frio en la cancha, no faltan nunca. Realmente juegan por amor y porque sienten la camiseta con la misma responsabilidad que yo”.
La reflexión pinta lo que hoy es Alexis Elsener. Un pibe maduro, humilde, que se terminó de formar como persona dentro de una cancha.
Hasta el momento, el básquet le dio más de lo que pudiera haber imaginado a esta edad. Pero sus ojos parecen humedecerse cuando cuenta lo que queda atrás por salir corriendo tras una pelota.
“Muchas veces dicen que somos privilegiados. Seguramente tienen razón. Pero casi nadie ve lo que hay atrás. Yo no tengo cumpleaños, casamientos ni feriados desde hace años. Hace un tiempo, mi vieja cumplió 25 años en el colegio Rivadavia. Estaba toda mi familia para aplaudirla. Y yo no. Yo no estuve ahí. Tampoco en la promoción de mis hermanos más chicos. A veces se es injusto con el jugador profesional. Pero no me quejo, quizás me siento mal un ratito. La vida del deportista es muy corta y yo quiero ser mejor cada día. Por eso tengo que seguir sacrificando muchas cosas. Al fin y al cabo, es lo que elegí, y si no me exijo yo, ¿quién lo va a hacer?”.

lunes, 11 de junio de 2012

Barrabravas, la droga del fútbol


Un mal que atormenta al fútbol argentino desde hace tiempo, pero que está rozando el nivel más encumbrado en las últimas semanas. Dirigentes adictos, consecuencias, hasta ahora, irremediables. 

Droga es toda sustancia que, introducida en un organismo vivo por cualquier vía, es capaz de actuar sobre el sistema nervioso central provocando una alteración física y/o psicológica, experimentación de nuevas sensaciones o la modificación de un estado psíquico, es decir, capaz de cambiar el comportamiento de la persona y que posee la capacidad de generar dependencia y tolerancia en sus consumidores […] Introducen a la persona que las toman a repetir su autoadministración por el placer que generan. El cese en su consumo puede dar lugar a un gran malestar somático o psíquico.  

La definición, que corresponde a la Organización Mundial de la Salud, no incluye a la droga que, desde hace tiempo, domina el ambiente del fútbol. Pero dado sus efectos, dependencia y consecuencias, tranquilamente podría estar en el listado.
No se trata de esteroides o anabólicos. Tampoco de marihuana o cocaína. La droga que ha penetrado y tiene alterado al fútbol en los últimos tiempos se llama barrabrava.
Su consumo está reservado para unos pocos, por sus costos y su difícil acceso: Dentro de un club; aquellos que gocen de estar en el máximo escalón dirigencial; quienes disponen del control absoluto o parcial del dinero con que subsiste la entidad; o los que tienen la facultad para otorgar determinados beneficios dentro o a costa de la institución. 

Los hace sentir poderosos. Los transporta a una dimensión de la que ya no podrán volver. Se sienten contenidos, protegidos. Les da placer y satisfacción en diferentes cuotas. Les resulta necesario manipular en grandes cantidades las dosis, mientras más mejor. Destinan enormes sumas de dinero.

No afecta solo a los que se hayan animado a entregarse a sus placeres y sufrimientos. Penetran en lo más profundo del ADN de un club y se heredan de mandato en mandato. Sino, pregúntenle a Javier Cantero, presidente de Independiente desde hace 6 meses, que está en plena lucha por intentar someter a una rehabilitación al club de Avellaneda. Las amenazas de estos bastardos de aliento en alquiler se propagan a manera de réplica sin discriminar lazos familiares y derivaron en la renuncia del Vicepresidente, que luego optó por tomarse licencia.

Los dirigentes se hacen adictos a los efectos de esta droga. Sus oídos se endulzan cada fin de semana con canticos a favor, sin contemplar que cada grito que nace de la tribuna, es un crédito que el barrabrava cree recibir para reclamar. Siempre con la intimidación que implica la impunidad con la que manejan armas blancas y de fuego.
Por mencionar alguno de los hechos que tuvieron lugar en las últimas semanas, se destaca lo que padecieron los jugadores de Instituto, quienes volvían de Corrientes tras perder con Boca Unidos, y, tal si fuera un nuevo plan presidencial, les interceptaron el micro ofreciendo “balas para todos” si no ascienden. Como si no fueran los propios jugadores los primero en querer jugar la próxima temporada en la máxima categoría.
También Gio Moreno, el colombiano delantero de Racing, soportó que le colocaran una pistola en su rodilla invitándolo a dejar el club, no sin antes ganar el fin de semana.
A Adrián Medina, técnico de Chaco For Ever, directamente le balearon la casa luego de perder 3 a 0 con San Jorge de Tucumán y quedar prácticamente sin chances de ascenso en el Argentino B. El técnico no dejó su cargo, pero si confirmó que había recibido aprietes anteriormente.

Dueños del corazón de la popular, nadie se atreve a ocupar ese lugar. Parece un ritual que hagan su ingreso con el partido comenzado. Lejos de una ceremonia, aprovechan hasta los últimos segundos para vender las entradas que les facilitan estos adictos al aguante rentado.

No tienen trabajo, viven de pintar trapos que destiñen cada vez que hay un mejor postor. Son changarines cuando de vez en tanto abandonan los tablones para golpear bombos en algún acto político.
Cumplen funciones institucionales. Además de regañar dinero a los jugadores, otra de sus entradas son los estacionamientos que tienen bajo su tutela cuando juegan de local.

Son cómplices entre ellos, más allá de llevar otros colores en la camiseta. Se manejan con los mismos códigos, hasta hace poco, por separado. La creación de la ONG Hinchadas Unidas Argentinas, que nació por un proyecto del dirigente Kirchnerista Marcelo Mallo, les permitió organizarse para viajar al Mundial de Sudáfrica 2010, con financiación a través de planes sociales. “No se hace esto para llevar hinchas de clubes al Mundial, el objetivo es trabajar en contra de la violencia en el fútbol, erradicarla”, supo decir Mallo. Se usaron mutuamente. Hoy, las banderas que antes tenían pintada la silueta de un pingüino, rezan “Francisco De Narváez”. Según un informe del periodista Gustavo Grabia, los barrabravas de HUA acordaron apoyar al colorado a cambio de financiamiento para la Copa América.



En todas partes

El equipo acaba de ganar. Los hinchas visitantes ya abandonaron su tribuna y los locales de a poco hacen lo propio. Pero hay un grupo que no se mueve. Son unos 20, con redoblantes y bombos, de entre 15 y 20 años. Parecen buscar algo, hablan entre ellos, se los nota algo nerviosos. Parecen saber que quieren pero no cómo. Al parecer, uno, en el medio de una especie de ronda improvisada, es el que toma la decisión y el resto lo sigue. Se le van a pique al dirigente del club y, al grito de “con esto no alcanza”, lo rodean. Apurado, el dirigente se dirige a la cantina. Vuelve, trae algo en una mano que inmediatamente pasa al petiso que encabezó la avanzada. La manada aparentemente se ha calmado. Dan media vuelta y se marchan. Ninguno parece haberse percatado que el episodio tuvo lugar a metros de los hinchas que dejaban la cancha. Los verdaderos.
No hace falta remontarse a ninguna categoría profesional para enmarcar la situación. En nuestra Liga Villamariense de Fútbol, esta droga, también aprieta. Quizás similar al paco, por ser barato, de ínfima ralea, y en minúscula dimensión, parece haber desembarcado en el fútbol doméstico. O acaso está aquí desde hace tiempo. Como si nada. A las sombras. O no tanto.

lunes, 21 de mayo de 2012

El adiós del Chopo Morales: una vida entre el fútbol y las tijeras


Gerardo “Chopo” Morales dejó las canchas, no el fútbol. El pibe que soñó en Independiente, donde aprendió a ser el peluquero de hoy, y que jamás volvió a River porque ya estaba en casa.

A los 30´ del primer tiempo se produce el cambio. Camina los metros que lo separan de la línea de cal por última vez. Dos metros antes se frena y mira hacia atrás. No solo está dejando tras sus hombros los 60 minutos que restan de partido. Va muriendo de a poco. Se saca los botines y, mientras una lágrima se le escapa, cruza la línea por última vez.
El pasado 15 de abril, el “Chopo” Morales le dijo adiós al fútbol después de 20 años. Una relación con la pelota que, de casualidad, también lo llevó a su actual profesión, la de peluquero.
Gerardo, para algunos pocos, no solo heredó el apodo de su padre, histórico de los 60 y 70, sino también el amor por este deporte y la capacidad de golear.

El sueño de todos, el lugar para algunos

El Chopo, abajo, a la derecha, en las inferiores del rojo
Nació y se crio al frente de la vieja “Leonera” de Alem, pero sus primeros goles los marcó en Asociación Bancaria, en el baby, y en River después. Allí, bajo el ala de Marcelo Alamo, se convirtió en un zurdito picante. Un delantero que con 15 años sedujo a Ferro e Independiente. “A esa edad me empecé a destacar y marcar un poco  de diferencia, sobre todo en lo físico”, recuerda. Partió hacia Avellaneda. Decidido y con el mismo objetivo que tienen todos y solo un puñado consigue. “Fueron 2 años y medio en la 7ma y 6ta, aun que por ahí si andabas bien te hacían jugar con la 4ta. Compartí equipo con jugadores como Gustavo López, Pablo Rotchen, Pascual Rambert, y compartía habitación con el flaco Bossio. Enfrenté a otros que después fueron grandes como Palermo, Verón, el Pupi Zanetti, el Piojo López, Bichi Fuertes, el Ratón Ayala”.
Si no es fácil ser jugador de pensión hoy, antes, era bastante más sacrificado. “López o Rambert por ejemplo, no marcaban tanta diferencia, triunfaron de grande, pero como eran de Buenos Aires, tenían la ventaja de no tener que estar siempre al máximo nivel, se les tenía más paciencia a los de allá. Los de afuera estábamos obligados a mantener un nivel excelente todos los años porque al estar en pensión ocasionábamos gastos, teníamos una sola oportunidad”, asegura. A ello se le sumaba la gran cantidad de jugadores de renombre con que contaba Independiente en su plantel superior, que no dejaban lugar a los nuevos valores. “Dani Garnero, con 20 años, todavía estaba en la pensión esperando su chance, pero adelante lo tenía a Bochini y Burruchaga, era imposible. Hoy apenas si tenés un par de jugadores de más de 30 y el resto todos chicos”.
En aquella época, por esas cosas que tiene el destino, el fútbol le mostró un camino fuera de él, que hizo propio muchos años después. “En la pensión nos cortábamos el pelo entre nosotros”, dice el Chopo.
Y fue persiguiendo a Caniggia que, otra vez, las tijeras le mostraban una ventana al futuro: “Estaba en pleno centro y lo veo bajar de un auto con la Nannis y meterse en una peluquería. Fui para allá y encontré a un peluquero que siempre iba a ver a Independiente. Se sorprendió porque yo era jugador del club y como le conté que en la pensión nos cortábamos el pelo me dijo que me iba a enseñar algunas cosas. Fui un par de veces y de pronto en la pensión todos querían que les corte yo”. Años más tarde, ya en la ciudad, haría de ello la su actividad actual.

River, lugar al que jamás volvió

En la peluquería, fuera de una cancha, SU lugar
Con 18 años se despedía de las vacaciones en Villa Nueva y emprendía el regreso a Buenos Aires. Pero no como siempre, su cabeza le decía que era su momento. “Sentía en mi cuerpo y mi juego que estaba preparado para ir a dar el salto, ese año podía ser el de despegue”. Sin embargo, al llegar al club, las cosas lo sorprendieron para mal. Cambios políticos, de técnicos, de pensión, fueron un combo que hicieron al Chopo replantarse su continuidad. “Les habían empezado a dar prioridad a unos santafesinos, vi algo raro, parecía que en cualquier momento nos íbamos a quedar libres y decidí irme”. Sin tiempo que perder, consiguió una prueba en River y la rompió, pero jamás volvió al club. “Jugué 3 partidos y me fue muy bien. Ahí lo conocí a Almeida porque era el capitán de la categoría. Me ofrecieron quedarme, pero como el libro de pases había cerrado, tenía que estar unos meses en Buenos Aires y después volver, al final decidimos con mi familia que volviera a Villa María y en Junio irme. Hasta el día de hoy, de lo que más me arrepiento es no haber vuelto a River”.
En su regreso, se sumó a Alem, y su cabeza se quedó acá. “Llegué, me encontré con una platita, después me llamaron del Bell, cuando llegó Junio ni tenía en la cabeza volver a River. Alamo siempre nos decía que tratemos de no volvernos tanto, porque acá la familia, los amigos, las salidas, te sacan del enfoque. Antes volvías y pasabas a ser jugador de Liga local, hoy el Argentino A abre muchas puertas. Hoy les digo a los chicos que es más fácil llegar porque hay más facilidades. Volverse era un salto muy grande en aquella época, pasabas a ser jugador de un club de barrio. El fútbol es 70% suerte, si no pasaba lo que pasó en Independiente cuando volví, la historia podría ser otra”.

El hijo de…

Los ojos del futbolero doméstico se posaron en ese pibe de 18 años que venía de Buenos Aires y era hijo del Chopo Morales. “Era una presión, y todo el mundo me comparaba, pero enseguida me encargué de marcar que el Chopo fue mi papá y yo venía a ser Mauricio Morales. Creo que con el tiempo cumplí las expectativas del resto”.
Hizo de Alem su casa futbolística, donde siempre volvió después de pasar por otro club. Bell, Colón, Central Argentino, San Lorenzo de Las Perdices y Unión Central lo disfrutaron. Acumuló 12 finales y 6 títulos. “Pero eso es para las cargadas en los asados”.
El primer Alem que integró después de volver de Buenos Aires. El quinto, de izquierda a derecha
Después de 20 años jugando en la ciudad, el pasado 15 de Abril se consumó algo que ya venía masticando. “Jugué el último Provincial con Unión sabiendo que me estaba acabando la nafta. Después de eso, dejé de disfrutar hacer el bolso y doblar las vendas. Incluso los médicos me dijeron que tenía buenas piernas, que mejor no las arruinara. Bastante las castigué siendo feliz con la pelota, era tiempo de dejarlo antes que él me deje a mí. Jugué desde los 5 años, el retiro es la primer muerte”.
Más allá de algunos ofrecimientos para ser técnico que no aceptó, y de estar como ayudante de campo de Nestor Vicario en Unión, por un tiempo prefiere mirarlo de afuera y quedarse con una imagen que asegura, lo acompañará para siempre. “Cuando dejaba la cancha el último partido, levanté la cabeza y vi la cantidad de gente aplaudiendo, pensé: Algo me llevo del fútbol, pero parece también que algo dejé”.

lunes, 30 de abril de 2012

Pablo Buffarini al 1100: Encuentro con un histórico de Alem

Hace 13 años Alem se mudó. La calle Pablo Buffarini surca por el  medio a la antigua “Leonera”. Un eximio jugador cuyo nombre se estampó en los carteles de las esquinas para quedar inmortalizado, tal como supo hacerlo en la retina de quienes ocupaban las tribunas que hoy reemplazan los hogares.

La cancha ya no está. Ni arcos, ni tribunas. Mucho menos césped. No hay rastros de la vieja “Leonera”. Apenas una placa descansa sobre un monolito en el lugar donde antes había un banderín de córner.
Desde marzo del 99, la línea de cal que dividía la cancha en dos partes iguales, se convirtió en una calle de tierra que separa dos manzanas de casas humildes. Pero alguien sigue ahí, inmortalizado. Está en el ambiente. Entre los pibes que juegan a la pelota descalzos, en la vereda. Muchos de los cuales le habrán preguntado a sus viejos quién fue ese del nombre que apenas se lee en los carteles despintados de las esquinas, Pablo Buffarini.
Para aquellos vecinos que pintan canas y con ojos llenos de fútbol, basta detenerse en la cortada del barrio Residencial América en Villa Nueva para imaginarlo al flaco. Parado en el centro del campo de juego. Caminando la cancha como siempre. O todavía de fiesta por los títulos del 66 y 68 con la camiseta tricolor.
Un nombre que por casualidad o causalidad, hizo que las canchas de Leandro N. Alem siempre sean parte suyo. Como cuando llegó a Villa Nueva, desde Rosario. Después de deambular unos años y finalmente encontrar su lugar en el fútbol, se instaló en la calle Comercio al 823, junto con Norma, por entonces su reciente esposa. En ese mismo lugar, Alem había tenido su primera “Leonera”.

El Rosarino villanovense oriundo de Pascanas

Norma, reviviendo el pasado con recortes de diarios
Norma Grosso saca un papel amarillento de entre tantos en una bolsa y empieza a leer: ´Su estilo lo distinguió como un jugador distinto, de los que aparecen una vez cada tanto. Y fueron los simpatizantes de Alem los que tuvieron la fortuna de tenerlo. Mucho más los que gozaban de su fútbol creativo y sus goles espectaculares…´. La voz se le entrecorta. Los ojos se le llenan de lágrimas. Respira hondo y concluye: ´Ayer Pablo Buffarini dejó este suelo y se llevó su fútbol al cielo´. Siente como si ese ayer fuera el de hace 24 horas, y no 14 años. Por eso sus recuerdos son tan precisos. “Llegó a Villa Nueva con 18 años, para todo el mundo era el Rosarino, porque vivió unos años allá y tenía una pequeña tonada, pero era de Pascanas. Cuando nos pusimos de novios, el ya jugaba en Alem, pero antes había jugado en Rivadavia, nunca me dijo porque arrancó ahí. En el 69 nos casamos. Este año cumpliríamos 42 años de casados. Se me fue muy joven, el 12 de febrero del 98 con 56 años. Un cáncer de estómago lo terminó en 2 meses”, recuerda quien fuera su fiel compañera.
Un año después del fallecimiento, Alem debió mudarse para que su “Leonera”, otra vez,  cobre forma de manzanas. Pero una carta sorprendió a Norma. El Concejo Deliberante le comunicó que de forma unánime se había dictaminado que la cortada que se trazó exactamente por la mitad del campo de juego, llevaría el nombre de su esposo.
“Me explicaron que fue por su trayectoria, goles y porque era un jugador correctísimo. Fue un halago muy grande, pero lo tendría que haber disfrutado él. Siempre digo que las distinciones tienen que ser en vida”.

Un señorito
Buffarini con la tricolor en la cancha de Belgrano

De características en extinción. Lento. No corría. De un caminar elegante sobre el césped. Esquivo al juego brusco. Así jugaba Buffarini. Campeón con Alem en 1964 –invicto- y en el 66. Vistió la tricolor durante casi una década. También se calzó la casaca de la selección villamariense. Se alejó del fútbol cerca de los 32 años.
“En ese equipo había jugadores que ponían la pierna fuerte, como el “Pelado” Pereyra o el “Negro” Ampoli. En cambio Pablo era un señorito para jugar. Tenía una elegancia para caminar que trasladaba a la cancha”, cuenta Norma. Pero no se atreve a describirlo como jugador, “es que lo vi jugar poco, Pablo no quería que vaya a la cancha para que no escuchara los insultos”. Sí era ella quien más lo conocía lejos de la línea de cal. “Cuando dejó de jugar, casi no fue más a la cancha. A veces ni podía ver los partidos de Boca porque le daba rabia. El no entendía como alguien no podía jugar bien a la pelota”.
Hombre de pocas palabras. “Era un anti social”, dice Norma. Se expresaba con los pies. Roberto “Chopo” Morales, el 9 en los 2 títulos y con quien también jugó en Rivadavia, fue con el que más conversó en el idioma de la pelota. “Pablito era un jugador cerebral. Tenía la cancha en la cabeza. Solamente corría para ganar una pelota, después la repartía de parado. Tenía una gran personalidad, dentro y fuera de la cancha. Un bohemio del fútbol. Humilde y buena gente como pocos. Jamás discutió con nadie”, recuerda el “Chopo”. Y sigue: “Era un 10 no tan ofensivo. Pero metía goles porque le pegaba como nunca vi en la ciudad. Le daba de puntín a los tiros libres y la ponía donde quería. Jugábamos de memoria porque nos conocíamos mucho. Fue uno de los grandes jugadores que tuvo Alem y pudo haber jugado en cualquier lado, tenía todo lo necesario, pero al pueblerino es difícil llevárselo, está muy arraigado”.
Gustavo Nebreda vive al 1161 de la cortada Pablo Buffarini. Era presidente de Alem cuando la calle fue bautizada  y apenas un mocoso cuando pablo convertía 16 goles en el primer título. “Tenía 10 años e iba a la cancha siempre. Se llenaba pero no solo de hinchas de Alem, lo venían a ver de todos los equipos. Tenía una calidad indiscutida que ya no existe en el fútbol. Al mejor estilo Riquelme o como el “Beto” Alonso, pero corría menos. Una pausa y pegada increíble. Nunca le pegó una patada a nadie”. Al igual que Norma, también lo define como “un señorito”. “Fue un símbolo de Alem”, concluye.

El tipo de la calle

Andrés Iniesta, el crack del Barcelona, construyó su casa en el número 1 de la calle que lleva su nombre desde el 2008 en Fuenteabilla, su ciudad natal en España.
Caso curioso es el del cordobés Sebastián Viberti, quien fue adorado del otro lado del charco, en Málaga, como jugador y técnico. Ascendió al equipo a la Primera División del fútbol español y tiempo después el Ayuntamiento bautizó un pasaje con su apellido.
Un poco más acá, en Avellaneda, al “Bocha” Bochini lo homenajearon con un tramo de la arteria Cordero, lindera con el estadio de Independiente. Algo parecido hicieron en Parque Patricios con Herminio Masantonio, uno de los máximos goleadores del fútbol argentino e ídolo de Huracán.
Aquí, Villa Nueva eternizó a Pablo Buffarini. Un ídolo de las canchas de tierra que quedará siempre en la memoria de aquellos que vieron su lento pero magnifico despliegue. Para los otros, bastará conformarse con las palabras de los nostálgicos. Esos que aguardan ávidos poder decir que lo vieron jugar cuando se les pregunta quién fue el tipo de la calle.
La calle Pablo Buffarini, 100 metros de historia