sábado, 31 de marzo de 2012

El "Pato" Bomprezzi, un talentoso del cesped y el parqué

Un tipo que en su vida práctico dos deportes casi en forma simultánea durante 36 años seguidos debe tener algo especial. No cualquiera logra que su nombre, cada vez que aparece en una charla de café entre propios o ajenos a cualquier deporte, sea recordado con una sonrisa y con el clásico “decile que te cuente…” haciendo referencia a alguna anécdota.
Fue el mismo tipo que jugara en el mejor conjunto de básquet que tuvo la ciudad y que también ganara varios títulos custodiando el arco de algún equipo del interior de la provincia.
Gustavo Bomprezzi, o simplemente, el “Pato”. Con 50 años mantiene su figura intacta y los recuerdos frescos. Las bromas siguen cayéndose de su boca entre frase y frase, y la chispa de su carácter es la misma de siempre.

Volvió de jugar al fútbol en Estados Unidos y se sumó al inolvidable Unión Central que ascendió en el 86 a la segunda categoría del básquet argentino. Así fue su vida siempre. Entre canchas de tierra y tableros de madera. Jamás alguien le dijo algo sobre practicar otro deporte. “Sabían que más allá de que hubiera jugado un partido antes, si me ponían, yo dejaba la vida. Para mi no existía el dolor”. Incluso de chico, también se animaba a hacer algo de natación. Le gustaba el básquet porque era más familiar, se viajaba más y había más competencia. Era el deporte que más lo apasionaba y al que más tiempo le dedicaba. Sin embargo, con 14 años debutó en la primera de Unión Central con el buzo de arquero.
“Jugaba y entrenaba a las dos cosas juntas todo el tiempo. Cuando terminaba de jugar un partido de fútbol, había un dirigente de básquet esperándome con el auto para llevarme al partido. Me cambiaba en el camino, llegaba y jugaba. Empezaba a correr a las 4 de la tarde y eran las 12 de la noche y seguía en competencia”, recuerda.
Ese año 76, el del debut, llegaron a la ciudad Martín Pando, Rodolfo Rodríguez y Miguel Ángel Díaz a probar jugadores para River. Se lo llevaron al Pato casi un mes a Buenos Aires. “Eran como 5 mil pibes, no tuve la suerte”, dice sobre su primera oportunidad de dar un salto en el fútbol. La segunda fue en 1981, cuando volvió del jugar al básquet en el sur e Instituto lo llevó a prueba. Gustó, y un grupo de dirigentes vino a la ciudad a buscar su pase. “Pidieron plata como si fuera Messi, entonces me tuve que quedar”.
De una cancha a otra, el tiempo que le dedicaba a uno u otro deporte, dependía de las oportunidades que se le iban presentando. “Jugué un año y medio en Unión y arranqué un furor con el básquet porque me convocaron a una selección de Córdoba. No me alejaba de un deporte, seguía haciendo los dos, pero uno con más intensidad”. Con 17 años, partió hacia el sur para su primera experiencia “en serio” en el básquet. “Me llevò Germinal de Rawson. Me volví cuando se armó el quilombo de Malvinas”. De regreso, continuó jugando al básquet en Ameghino -“Perdimos la final contra Unión ese año”, dice-  y mientras buscaba títulos, volvió a calzarse los guantes en Unión Central. Anduvo bien ese año, por eso en “Nene” Miranda le sacó la naranja y se lo llevó a atajar en Alumni.
Al año siguiente, en el 84, ganó su primer título en fútbol, jugando para San Lorenzo de Las Perdices. De ahí, partió a Estados Unidos. “El “Cacho” Fiandino había dirigido allá y le hacía falta un arquero. Era una liga semi profesional de Los Ángeles. Estuve 6 meses y ganamos 3 títulos. Allá corté un poco con el básquet, pero me prendía a cualquier picado en esas canchitas que tienen ellos en las calles. Volví para buscar a mi familia, pero no pudimos salir más del país”.
El "Pato", con la 5, parte del inolvidable Unión Central 

Apenas pisó Villa María, Eduardo Menard le puso una pelota de básquet adelante otra vez. Su debilidad. Unión Central buscaba cosas grandes, y el Pato no podía faltar.
“Corté con el fútbol por un tiempo porque estábamos jugando cosas importantes y porque empecé a ganar buena plata con el básquet”. Unión Central marcó la página más gloriosa del básquetbol villamariense al ascender a la segunda categoría nacional con un equipo de ensueño.
Picante, muy fuerte y goleador. Pasó por San Vicente de Bell Ville y junto a Carlos Mario Menard, por Villa Lanteri de San Juan, siguiendo en competencia en el básquet nacional. Volvió a Ameghino, donde compartió equipo con un flaco llamado Fabricio Oberto. “Perdimos la final contra Unión y me retiro con 29 años. Más adelante, mientras me dedicaba al fútbol, volví a jugar un par de provinciales porque me buscó Sparta y Rivadavia de Cabral, pero yo sabía que el básquet de la ciudad se estaba cayendo y no tenía ganas de irme a otro lado. Le volví a meter al fútbol, que sabía que me iba a dar más plata”.


Con los guantes, en San Lorenzo de Las Perdices
Su talento bajo los postes, su carácter fuerte y su temperamento lo llevaron por un periplo de equipos en pocos años. Acción Juvenil de General Deheza. Otro título con Atlético Ticino. Atenas de Ucacha y Defensores de James Craik. La recordada campaña con Hipólito Yrigoyen de Tío Pujio donde ganó dos títulos de liga, el campeonato provincial y el ascenso al Argentino B. “Nos tuvieron que bajar porque no había más plata, sino no nos paraba nadie”. Pasó por Atlético Pascanas y lo buscaron de Central de Luca porque necesitaban un golpe anímico. “El equipo tenía un punto y me vienen a buscar. Pedí mucha plata y les prometí que si no clasificábamos, quedábamos muy cerca. Perdimos en semifinales por penales. Atajé 3 pero nosotros erramos 4”. En el 2000 volvió a Las Pedices y pasó a Dalmacio Velez después. “En el 2002 dije basta, no daba más no quería seguir jugando. Me fui a jugar al Amistad, engordé un poco por los asados después de los partidos. Me vinieron a buscar como 5 equipos en el 2003. Volví con 42 años, a Colón. Jugué un campeonato y me retiré definitivamente”.

Recuerdos imborrables

Anécdotas son aquellos recuerdos que por alguna razón ocupan un lugar privilegiado en la estantería de la memoria. Y el Pato, tiene a montones. Dicen que era un loquito. “Yo diría que no era vergonzoso ni sumiso, tenía mucho temperamento”, dice.
Trae momentos inalterados al presente, sin poder borrar la sonrisa de su cara al contarlos. “Jugando en Atenas de Ucacha, habíamos salido a de joda la noche anterior porque supuestamente no se jugaba. Se jugó y me atajé todo. Ese partido lo dirigió Vigliano. Cuando terminó, me preguntó cuantos años tenía, porque me quería llevar a Buenos Aires. Le dije que cumplía 20, cuando en realidad iba a cumplir 31. Él se entusiasmó y los líneas se reían porque habían visto mi carné y sabían mi edad. Le dije la verdad y me dijo ´¿Como puede ser que usted no ha llegado? `. Fue bueno saber que todavía estaba en un gran nivel”.
Se las pasaba haciendo bromas. Atarle las zapatillas a los compañeros antes de empezar a jugar era lo más común.
También hubo una vez, jugando un partido de semifinales con San Lorenzo de Las Perdices, en que, en medio del partido, se sentó sobre el travesaño en pleno partido. “Le había apostado un Gancia a Ernesto Mercadal, que era el preparador físico”, se rie.
En el aire, reflejado en un medio gráfico
Hay dos partidos de básquet, en la misma cancha y contra el mismo rival que recuerda por sobre cualquier otro. “En San Juan, contra Villa Lanteri, que después de esos partidos me compró. Uno jugando con Unión Central, ante cerca de 10 mil personas. Ganamos 96 a 90. Son de los que no se olvidan más por el contexto.
Y el otro jugando para San Vicente de Bell Ville. Ganamos un partido increíble. Perdíamos por 70 a 69 a falta de 6 segundos. Agarro la pelota y me hacen falta cuando quedaba solo uno. La gente se metió a la cancha y el partido estuvo parado 15 minutos. Cuando se reanudó, metí los 2 libres y ganamos el partido. Estuvimos 2 horas en el vestuario sin poder salir”.

“Por mi forma de ser, hiperactivo, el básquet me apasionaba más. En el arco me sentía muy contenido. Por eso hablaba mucho, no paraba un segundo. A mi me gustaba que me cagaran a pelotazo, sino me aburría”, cuenta el Pato.
Hoy se la pasa jugando en su querido Unión Central, con los veteranos, los martes y los jueves. Asegura que si quisiera, podría volver a atajar. “Después de una vida haciendo deporte, hoy no me duele nada. Si me pongo bien, podría atajar”. Espera, también, algún llamado para poder volver a dirigir. “Las dos veces que dirigí, como ayudante de Marcelo Santoni, salimos campeón. Ahora tiramos unas carpetas con Oscar Ángel Olivera, pero el ambiente del fútbol es medio ingrato. Igual, no me puedo quejar, me pasé la vida haciendo dos deportes que amo y viviendo de ello”.