martes, 30 de octubre de 2012

No te vi, Diego


Prender la tele hoy y hacer zapping por los canales de deporte, solo me llena de bronca.
Hoy todos hablan de vos. Del vos de tu pasado. Del vos que fuiste y que inmortalizaste. Del vos de las hazañas entre gigantes y de las gambetas imposibles. Pero si hay algo que no le voy a perdonar a mis 22 años, es no haberme permitido verte en vivo. Vivo. Cuando realmente eras vos, ese que el mundo recuerda y que los argentinos hicieron religión.

Lejos, muy lejos, estaba de nacer cuando a vos se te ocurrió escribir la historia que más enorgullece al colectivo futbolero.

No te vi volar con la pelota en los pies y desparramar a cuanto ingles se puso en tu camino. No te vi cerrar el puño más famoso del mundo.

Cambio de canal. Italia 90, octavos de final. Tenía 2 meses y 17 días. La tele me muestra como enredaste a 4 tipos con camisetas amarrillas y se la diste a un flaco de pelo largo para que definiera en velocidad, solo.

No te vi correr más rápido que nadie. No te vi colarte entre tantas piernas.

Un canal más arriba, me lleva a Estados Unidos en 1994. Tengo 4 años y 19 días. Nigeria y tu último partido vistiendo los colores del cielo. Ese 25 de Junio en el que measte la Efedrina, Norefedrina, seudofedrina, norseudoefedrina, metaefedrina y la puta que las pario.

¿A dónde se piensa que va la rubia vestida de blanco que te lleva de la mano? ¿Cómo se atreve a sacarte de la cancha? ¿Por qué sonreís, Diego?

Si yo no te vi dejar ridículos al que osaba frenarte. No te vi correr mirando hacia la cámara, mirando fijo para eternizar otra imagen histórica, como si hubieras sabido de todos aquellos que estaban ahí atrás, festejando con vos, el zurdazo al ángulo derecho que le clavaste a los griegos después de que el Cani, Balbo y Redondo me hicieran conocer la madre de esa criatura toques cortos, en la puerta del área, rápidos y de primera, que hoy cría el Barcelona.

“No quiero dramatizar pero creeme que me cortaron las piernas. A mí, a mi familia, a los que están al lado mío”, dijiste vaya a saber a quien. A todos Barrilete, Pelusa.
Vuelvo a cambiar de canal. Solo por hoy, ya no quiero seguir viendo aquello que nunca vi.



martes, 16 de octubre de 2012

Las locuras del “Loco” en Alumni


Carlos Horacio “El Loco” Salinas estuvo solo un puñado de meses en Alumni, pero su estadía fue un torbellino que revolucionó no solo el club, sino toda la ciudad. Carismático, humilde, espontáneo y verborragico… antes y ahora, Loco.

Parece tener la receta para convertirse en ídolo. No estuvo más de 6 meses en Alumni, pero nadie que haya vivenciado sus locuras podrá olvidarlo. Carlos Horacio “El Loco” Salinas siempre encuentra lugar en su biblioteca de anécdotas para alguna fábula más. Tras su último paso por Villa María, abrió el anecdotario que permite comprender cómo se hizo ídolo eterno en un lapso fugaz.
Un tipo que en la plenitud de su carrera, con 28 años, luego de haber sido campeón América e Intercontinental con Boca, llega a un club de barrio del interior de Córdoba que elije por encima de la institución que lo vio nacer, definitivamente no es normal. O si, tan normal que anda por la vida dejándose llevar por las circunstancias para construir un camino basado en lo espontáneo.

 “¿Usted es Salinas?”

Era 1984, el “Loco” arregló de palabra con San Martín de Tucumán, el club de su barrio, y se vino a pasear a nuestra ciudad porque andaba noviando con una piba de acá.
“¿Usted es Salinas?”, lo interrogaron dos de esos locos que sueñan con cosas que los demás ven imposible mientras tomaba un café. Eran Daniel Esper y Eduardo Rodríguez, quienes necesitaron un puñado de minutos para convencerlo de que tenía que jugar en Alumni. Casualidad o causalidad, el destino puso al “Loco” en el mismo bar que dos de las personas que veían el fútbol villamariense un poco más allá de las vías del tren. Ese mismo día avisó a los tucumanos que no volvería.
“No tenía idea con que me podía encontrar, no conocía absolutamente nada del club”, recuerda quien fue uno de los cinco jugadores pedidos por el “Zurdo” López que pasaron de Boca a Argentino Jrs. como parte de pago de Diego Maradona.

Carisma por doquier

A los gritos por las calles de la ciudad en su BMW amarrillo instando a la gente a que vaya a la cancha, o yendo personalmente a cada recóndito bar, de esos donde no importa que el sol de la mañana pegue en la ventana, el vermut y la timba nunca faltan. Durmiendo la pelota en la nuca en pleno partido ante la mirada atónita de sus rivales para hacer delirar Plaza Ocampo, o peleándole de igual a igual al Belgrano invicto de la Liga Cordobesa. Nadie le decía que tenía que hacer, su idiosincrasia lo llevó a revolucionar la ciudad y su talento lo acompañó hasta la idolatría. Salinas valía cada peso que se había invertido y cumplía con los mandamientos que le habían marcado. “El trato que tenía con Alumni, no solo era jugar y mantener al equipo en la categoría, sino llevar gente a la cancha, y hacía lo que más podía para eso”.
Más allá de sus exquisitas condiciones futbolísticas, al “Loco” también le sobraba eso que no se adquiere, no se entrena, ni mucho menos se compra. Le sobraba carisma. No era extraño que pasara horas en un café charlando de fútbol con cualquiera que se acercara a su mesa.
“Una vez se corrió el rumor que me estaba por ir y los hinchas salieron a pintar las calles como protesta”, recuerda Carlos Horacio, que fue factor determinante para que Miguel Ángel Brindisi de en Alumni, el primer paso de su exitosa carrera como técnico.
“Era un maestro. Siempre encontraba la forma de hacer expulsar a los jugadores más desequilibrantes del rival. En una oportunidad, después de un partido contra Estudiantes de Río IV invitó a la bandita a la quinta de Rubén Guillén. Ahí nos esperaba con un terrible asado. Era imposible que el hincha no lo quiera, por lo que hacía adentro y afuera de la cancha”, cuenta, desde Estados Unidos, Fernando Arce, el “Enano”, uno de los emblemas de La Bandita de Alumni de aquellas épocas y éstas también.
El esfuerzo por parte de los dirigentes tenía una retribución inmediata. Plaza Ocampo explotaba de gente en cada presentación del Fortinero. Los empujones y tironeos para ganarse un lugar de privilegio bien cerquita del alambrado eran una postal habitual. Ni el agregado de tribunas tubulares evitaba que muchos quedaran en la vereda, esperando tener mejor suerte el próximo partido.

Reencuentro. El "Loco" y el dirigente Eduardo Rodríguez en su último paso por Villa María

Fútbol y algo más

Quienes lo vieron jugar, aseguran que era un júbilo. Cada minuto que pasaba en el césped con la camisera rojiblanca, cada pelota bajo la suela, o cada instante de inspiración se convertiría en una pieza que cobraría valor con el tiempo en el museo de la memoria. Pero no estaba solo.
“Nos entendíamos a la perfección porque los pibes estaban muy motivados y entrenaban muy bien. Era conmovedor ver como dejaban todo por Alumni. El equipo era muy bueno, llegamos a la final y perdimos el título con Belgrano”, alude el “Loco, y tira: “Carlitos Estobia en el arco; Luis Cáceres de seis, Rapeti de 2, Cachi de 3 y Ruidavet de 4. También jugaba Aureliano Sánchez, Jorge Molina, el “Griego” Diotidis, Agonil, Rubén Guillén y Beltrano. Más o menos esa era la base del equipo. El “Nene” Miranda era el técnico, muy bueno, pero sobre todo un gran tipo”.
“Ponía la experiencia que tenía para aconsejar a mis compañeros. No me interesaba solo jugar, sino poder ayudarlos a ellos también, me preocupé mucho por que nos conozcamos bien”, asegura Salinas, quien a la experiencia, le agregaba la picardía, como la vez que un tiro libre ejecutado por Rubén Guillén se fue al lado del palo y el “Loco”, al ver la tardía reacción del árbitro, lo abrazó y le dijo que lo gritara. Salieron corriendo con los brazos abiertos, el árbitro compró la actuación y convalidó el gol.

El legado

Cuando alguien se marcha de un lugar y deja huellas, quiere decir que de verdad ha pasado por ahí. Si esas huellas roban sonrisas, de las que no se añejan con el paso del tiempo, quiere decir que en ese lugar, ha dejado una porción de sí. “A donde voy hablo de Alumni. Fue fugáz, pero muy importante para mí”, dice en un inusual tono de seriedad para sus expresiones.
Carlos Horacio el “Loco” Salinas ya no es ese futbolista que luego de obtener la Copa Intercontinental almorzó en el clásico programa de Mirta Legrand y no probó bocado alguno por si justo le hacían una pregunta y lo agarraban masticando. Pero si es el mismo que sigue atrapando la atención de todos a su alrededor cada vez que abre la boca para desempolvar una historia. Hoy, el “Loco” pasea sus anécdotas por las innumerables peñas xeneizes a lo largo y ancho del país. Está jubilado del club, lo mismo que muchas otras glorias de Boca. Y de tanto en tanto, le da una mano a Carmelo Simeone con las inferiores. Pero nadie mejor que él, para explicar su presente: “¿Qué cómo estoy? ¡Bien! Lo único que me falta es pique, pegada, dominio, gambeta, apoyo, gol, contacto físico y cabeza. Pero en general ando bien”, cierra entre risas. No podía ser de otra manera.