Dicen que los hijos se parecen a los padres. Que son un reflejo. El apellido Aimale es un claro ejemplo de que la pasión también se hereda. Tres generaciones de ciclistas. Carlos Aimale -hijo de José Humberto, y padre de Cristian- y una radiografía de esta historia de ciclismo por las venas.
José Humberto Aimale fue un vehemente obrero de este deporte.
“Recuerdo que tenía 7 años y que mi padre cargaba gente en el Citroen y los llevaba gratis a correr. Una vez llegamos a ser 8 arriba. Todo por su afán de sumar más gente y promover la actividad”.
La anécdota que Carlos Aimale cuenta sobre su padre lo dice todo.
En los cuarenta y pico, con unos 17 años, junto con la barrita de amigos, comenzaron a organizar alguna que otra pedaleada.
Fue poco lo que duró arriba de la bici. La huella más grande la dejó pedaleando, pero desde afuera. Como uno de los primeros dirigentes que tuvo la actividad. Dejaba todo por este deporte, “muchas veces hasta le dedicaba más tiempo que a la familia”, cuenta Carlos.
Si hasta esa misma barrita de 7 o 8 amigos que salían a pedalear, terminó fundando su propio club. Club Ciclista Francisco Arredondo de Villa María, que no fue el primero, pero por mucho tiempo fue el único en la ciudad. Dio lugar a una camada importante de ciclistas para aquella época que lograron competir a nivel nacional.
Trabajó en silencio organizando y aportando en pos de la actividad. “Hoy le cobran inscripción para correr hasta a los chicos. En cambio mi padre salía a golpear puerta por puerta para conseguir alguna moneda. Estuvo ligado al ciclismo hasta su muerte, ni un día dejó de pelear por ello”.
Carlos lo acompañaba a todos lados. “Mi padre me contagió”, asegura. “Si hasta lo vi hacer una pista solo. Arrastrando rolos con el Citroen”.
El turno de Carlos
Al contrario de lo que cualquiera podría pensar, no fue su padre el que inició a Carlos en la actividad.
“Quizás porque él sabía lo sacrificado que era. No quiso imponerme el ciclismo”. La cuestión es que cuando tenía 9, fue un amigo de José Humberto, de esos con quien pedaleaba desde siempre quien le regaló la primera bicicleta. “A pesar de que en mi casa se respiraba ciclismo, fue Juan Martínez, amigo de mi viejo y que después sería padrino de mi hijo”.
Y largó nomás, con alguna que otra carrerita de barrio.
La historia de Carlos sobre una bicicleta fue más exitosa que la de su padre en cuanto a resultados. “Pero menos que la de mi hijo”, adelanta.
“Mi padre me llevaba a todos lados. Era muy amateur, al principio corríamos por algún repuesto o trofeo. Después hubo algo de dinero, pero ni salvábamos los gastos”.
Su especialidad era la pista y el circuito. Llegó a competir a nivel nacional. En su época de esplendor, con 19 años, fue sub campeón Argentino en pista. Y le cuesta recordar la cantidad de veces que fue Campeón Provincial.
Incluso, hasta tiene una de esas historias tristes que en su momento fue demoledora: “Al salir sub campeón Argentino, fui seleccionado como suplente para los Juegos Panamericanos Juveniles, en Cali, Colombia. Las chances de correr eran mínimas, pero estaba feliz por viajar. Diez días antes, me avisaron que los suplentes no viajaban. Al tiempo me enteré que mi lugar lo uso la mujer de un dirigente del Ciclismo Argentino. Ese lugar me lo había ganado, con 19 años fue muy desilusionante”.
Carlos estudiaba medicina. Su padre siempre le había dicho que para hacer las cosas, había que hacerlas bien, si no, no sirve. Por eso es que en cuarto año de la carrera tuvo que dejar el ciclismo para poder recibirse. “En ese momento pensaba que no corría nunca más”.
Una vez con el título de cirujano colgado de la pared (el mismo que años después conseguiría su hijo), y trabajando en la ciudad, el bichito le volvió a picar. “Cuando dejé no existía la categoría veteranos o Masters como se llama ahora. Por eso a los 33 me subí otra vez, y a nivel competitivo”.
Si hasta se dio el lujo de salir tercero, y quinto, en Campeonatos Argentinos de Master B.
Al mismo tiempo, arrancó con el Cicloturismo, que hoy con 56 años sigue haciendo. “Me encontraba con viejos amigos, tenía otro gusto”.
Dejó de competir hace unos 10 años. “El sacrificio que hice fue muy grande, llegó un momento que solo quería disfrutarlo sin presiones, era estresante a veces. Me quedó la espina de no llegar a ser Campeón Argentino, pero corrí en pista, circuito, ruta, obtuve títulos. Llegué a un techo y para todo hay etapas. No estoy de acuerdo con el ciclismo competitivo a altas edades. Por eso solo seguí haciendo Cicloturismo”.
Cristian no fue la excepción
Como Carlos a su padre, Cristian seguía al suyo a todas las carreras. Sin embargo, demoró un poco más en subirlo a una bici.
“Si fuera por él empezaba a correr a los 10. Pero no quise cometer el error que cometieron nuestros padres de largarnos a competir tan chicos, sin saber por supuesto porque en esa época no se conocían tantas cosas. En Europa no pueden creer que los menores de 15 años compitan. Como tampoco que paguen inscripción para correr”.
A los 15 ya no pudieron frenarlo. Le armaron una bici y Cristian se encargó del resto.
Debutó en Mountain Bike y salió campeón. Después, al igual que su abuelo y su padre, se inclinó por el ciclismo de ruta.
“Quizás yo haya tenido más títulos en cuanto a cantidad, pero el compitió en un nivel mucho más competitivo”, se enorgullece el padre.
Fue cuarto puesto en Campeonato Argentino de Ruta y ocupó el mismo lugar en el Argentino de pista. Siete veces campeón provincial de pista y ruta, en juveniles, sub 23 y Elite.
Corrió representando a Argentina en Chile y Uruguay. Participó en 4 veces en la Vuelta de San Juan, de las cuales las 2 últimas lo hizo para el equipo Argentina B, terminando tercero.
Carlos, Cristian y una bicicleta, postal de una familia |
Hoy Cristian tiene 30 años, y ya no compite. Casi por la misma razón que Carlos dejó de hacerlo.
Titubea al explicarlo y selecciona las palabras muchas veces antes de soltarlas, finalmente se expide contra el doping: “Si querés seguir compitiendo al máximo, tenés que entrar en la variante. Si no, no te alcanza. Cosa que mucha gente hace, incluso en la ciudad. Como médico sé que es peligroso, y como deportista me parece un mal ejemplo que ni yo ni mi hijo estábamos dispuestos a dar”.
Si bien ya no compiten, hoy hacen turismo sobre una bicicleta. Por el simple hecho de reencontrarse con viejos amigos con los que alguna vez compartieron un camino, y porque no pueden evitar disfrutar de pedalear… Lo Llevan en la sangre.
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