Las urgencias del fútbol actual llevaron a que los clubes recorran el país en busca de jugadores cada vez más chicos para sumar a su cantera. Pero en los años `80 esto era inusitado. Solo había un club que marcó el camino y un villamariense que fue parte de esto. Con 15 años, Carlos Bonaveri partió hacia un Ferro que transitaba épocas doradas.
Hubo una época en donde la gente se sabía de memoria los titulares de cualquier equipo. No importaba la camiseta. Domingo tras domingo 11 eternos jugadores saltaban a la cancha para batirse contra otros 11, que seguramente eran los mismos que se habían enfrentado hacía unos años atrás.
¿Dónde cabían los sueños de aquellos proyectos que echaban raíces en las inferiores?
“En ese tiempo no era común que haya un chico del interior en las inferiores de un club de primera, hoy los jugadores llegan con 18 años y quizás con parte de su pase vendido”.
Carlos Bonaveri dejó la ciudad siendo un pibe y con una valija llena de sueños. Esos mismos sueños que traería en su vuelta a casa.
Un adelantado
Ferro Carril Oeste era el equipo del momento. Estaba de pre temporada y pisó la ciudad para disputar un amistoso. En el preliminar, Argentino jugó con sus divisiones menores y hubo algunos jugadores que no pasaron inadvertidos para el club porteño. Eligió a 20 pibes para una prueba y tan solo uno fue capaz de superarla.
Después de pasar por el baby de Asociación Bancaria y Olimpia, Carlos Bonaveri se sumó a las inferiores del Deportivo Argentino.
A los 15 años, con la casaca del ferroviario |
Con 14 años, y sin haber debutado oficialmente en primera (solo algún amistoso), se topó con un sueño.
“Solo el hecho de tener una prueba ya era muy significativo, no era como ahora que te vienen a buscar a tu casa”, cuenta el actual técnico de Unión Central.
En diciembre de 1981, los veinte elegidos partieron hacia Buenos Aires. Después de 3 días de prueba solo Carlos colmó las expectativas de Timoteo Griguol y del “Kai” Aimar.
“Anduve tan bien en las pruebas que dijeron que en marzo iban a llamar a los que se sumarían al club, y a mí me llamaron los primeros días de enero. No me dieron tiempo ni a pensar”.
Aquellas charlas con la vieja sobre sus sueños de ser profesional y las bromas de irse a Buenos Aires y no volver más, empezaron a cobrar vida frente a sus ojos.
Una nueva vida
Atrás quedó la familia, los amigos, la escuela de siempre, y las tardes en los potreros del barrio San Justo. Su vida cambió radicalmente.
“Al principio lo más duro fue el cambio de entrenamiento, físicamente me costó mucho adaptarme”. Y no es para menos, con 15 años, como Griguol y Aimar tenían la primera y reserva, Carlos entrenaba con ellos, pero jugaba con su categoría. “Tengo 5 pretemporadas con primera división”.
Fueron casi 5 años de mucho sacrificio. “Fue muy difícil acostumbrarme a vivir solo”.
Cambió una Villa María muy distinta a la actual, por el lugar más habitado del país. Para poder entrenar en doble turno, cursaba el colegio por la noche.
Las comunicaciones eran tan “primitivas” que hicieron que la distancia con su familia se note mucho más. Los celulares no existían. Apenas algunos afortunados tenían fijo en su casa. Y las cartas eran moneda corriente. “Ahora podes hablar con tus padres cuando quieras. Yo podía comunicarme muy poco, desde una central de teléfono, o escribía cartas”.
Más allá de lo que pueda haber sufrido, “vivía de primera”.
“Ferro era una gran familia, no nos faltaba nada. Comíamos en el restaurant del club todos los deportistas juntos. Compartía mesa, por ejemplo, con Miguel Cortijo, el Maradona del básquet en esa época”.
El rendimiento futbolístico
Carlos estuvo en Ferro desde el 82 al 86. En esos años, el club de Caballito fue campeón Nacional en dos ocasiones, y disputó la Copa Libertadores otras tantas veces. Nadie tenía la organización y el despliegue en inferiores con el que contaba el Verdolaga. Marcó el camino a River y Boca, los primeros en copiar su modelo.
Dentro de esa estructura, el volante central villamariense luchaba día a día por vencer en una guerra cotidiana. “El clima de competencia estaba desde que te levantabas hasta que te acostabas”.
Los primeros dos años su rendimiento fue muy destacado. Compartió equipo con Germán Burgos, Alejandro Mancuso, Sergio Vázquez y Fabián Canselarich. Pero al ver como pasaban los años y que la oportunidad no llegaba, el rendimiento mermó.
Asomó en reserva y siguió entrenando con primera, pero a los 20, cuando debían hacerle contrato o dejarlo libre, decidieron cederlo por un año a un club en la provincia de Buenos Aires.
Después de eso, decidió empacar aquellos sueños con los que llegó a la pensión, ya algo gastados, y volver a Villa María.
“Podría haberme quedado a jugar en B Metropolitaba porque el nivel me daba, pero hacía de los 15 que vivía solo, sentí que debía resignarme. No tenía a nadie que me aconsejara, decidía solo. Hoy si no te vas hasta los 18 se te pasó el tren, en mi época jugaban los de 28 para arriba”.
De vuelta en casa
Con una formación futbolística envidiable, Carlos Bonaveri volvió a la ciudad y jugó por diferentes ligas locales.
Primero en Alumni, por dos años. Volvió a vestir los colores de Argentino, también pasó por River, Arroyo Cabral (campeón con Rivadavia), Río Tercero, y Becar Varela.
A los 35 años, en Central Argentino, pasó de jugador a técnico de un domingo al otro.
“Llegamos a jugar y el técnico había renunciado. Los dirigentes me pidieron que dirija y juegue. Empatamos. Esa noche fueron a mi casa a pedirme que siga definitivamente”.
Más allá de sus ganas de seguir corriendo tras una pelota, no estaba dispuesto a hacer las dos cosas al mismo tiempo. “Son dos carreras distintas”, dice.
Lo convencieron, pero ya no volvió a ponerse los cortos.
Junto a sus hijos, en el último partido como jugador, y el primero como DT |
Estuvo 2 años como técnico de Central y luego lo requirió Alumni, que fue su casa durante 3 años.
“Tenía el Alumnito, la reserva, cuarta y quinta. Mi objetivo era formar jugadores y creo que mal no lo hice”, recuerda Carlos, que sacó a Hugo Yocca, Matías Bolati, Alexis Díaz y Nahuel Caler.
También dirigió el torneo Argentino de forma interina cada vez que un técnico dejaba su cargo. Pero su mayor orgullo es haber logrado el ascenso al Argentino A como ayudante de campo de Arzubialde.
Ante la negativa para que dirija el equipo en el Argentino A, y con el objetivo cumplido de formar nuevos valores, decidió buscar otros rumbos. “Las urgencias hacían que tenga que venir un técnico con chapa que a veces ni si quiera llegaba a conocer a los jugadores”. Fue a Rivadavia y también llevó al Bell del Bell Ville a jugar una final, antes de sentarse en el banco del Unión Central que hoy comanda y al que ya sacó campeón en la B.
Hoy, Tadeo, el menor de sus hijos, con los mismos 14 años con los que Carlos partió a Buenos Aires, fue convocado por la Fundación Messi para una prueba. Pero a diferencia de él, Tadeo va a tener quien lo guíe en el imprevisible camino que es ir detrás de un sueño.
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