Un hombre del ascenso que acarició sueños enormes. Jorge Lépez fue de la Bombonera a las canchas de tierra, de compartir equipos con Batistuta y entrenamientos con Maradona, a comprobar las crueldades del fútbol, para encontrar en Villa María la forma de reunir sus amores.
Una hormiga que no llega ni al metro, con camiseta de Messi y botines amarrillos, llega corriendo, lo saluda con un beso, y se mete en la montonera a perseguir la pelota. La situación se repite más de 30 veces.
Se nota que lo quieren, la pasan bien y que, además, seguro un cachito también lo admiran. Y eso que ninguno sabe realmente quién es Jorge Lépez. A ellos les basta con que les de una pelota, los haga jugar y les enseñe que hacer con ella.
A aquel marcador central que asomó en la primera de Boca en los 90, que compartió equipo con Batistuta y entrenó con Maradona unos 30 días cuando el Diego llegó de Italia después de uno de los dopings positivos, el amor lo trajo a Villa María. Y él, acá, se encargó de juntarlo con el otro, el de siempre. El fútbol.
Tomaba tres colectivos y viajaba durante dos horas y media todos los días. De su casa en Longchamps al entrenamiento. Hacer todas las inferiores en Boca no era como ahora. Hoy seguro viviría en la pensión.
Cumplió el sueño de cualquier pibe. Arrancó de chiquito en el año 84, pasó por todas las categorías, debutó en primera en el 91 y firmó su primer contrato profesional con 21 años. Todo en Boca. “Estaba viviendo un sueño, me tocaron cosas maravillosas en esa etapa”, arranca diciendo Jorge mientras les tira una pelota a los chicos para que vayan pateando a medida que llegan al predio del SUOEM, donde desde hace 6 años tiene una escuelita con su nombre.
“Firmé contrato y el el “Cai” Aimar me hizo debutar en el banco de primera, justo el último partido de Claudio Marangoni. Hacía 3 años que entrenaba con el plantel y alternaba con en reserva. Al partido siguiente Patota Potente, que había agarrado de interino y con quien acababa de salir campeón en reserva me hace debutar en la cancha, contra Platense. Llegó el “Maestro” Tabarez, y me pone dos partidos de Copa Libertadores, contra Oriente Petrolero y Bolivar. En una de esas concentraciones compartí habitación con Batistuta y en uno de los partidos, en el banco estaba Navarro Montoya, el Bati, La Torre, Simón, Soñora y yo”.
Jorge Lépez, con Maradona. |
Ese mismo año vivió otro sueño. Maradona volvió a entrenar por un mes en Boca, luego del positivo en un doping en el Nápoli. “En ese momento no caía, tenía apenas 20 años y él era uno más de nosotros. Con el tiempo me daba cuenta del monstruo que tenía al lado. El primer día hubo que suspender el un entrenamiento en los Bosques de Palermo y volvernos a la Bombonera porque la gente se le tiraba encima”.
Sus apariciones en el primer equipo quedaron ahí, pero las ilusiones intactas. No era fácil en aquella época para los pibes. “Tenía muchos defensores adelante mio: Soñora, Simón, Marchesín, Musladini, Rabina, Staffuza. Era muy difícil llegar, a los juveniles no se le daban chances, llegaban 15 refuerzos por campeonatos, nada que ver ahora que con 17 ya los ponen. Pero a nosotros nos largaban en Aeroparque a correr 10 km y jugábamos carreritas, hoy los jóvenes dejan porque no les gusta entrenar. Lo vivíamos con más pasión”.
Volvió a la reserva que, según dice, era otra primera por la calidad de jugadores. “Estaba Rabina, el “negro” Villareal, el “Turco” Apud, el “Turco” Mohamed , Gabriel Amato y hasta Diego La Torre”.
Pero el fútbol a veces es cruel. Y un día se tuvo que marchar. “Cumplí el contrato, me habían dicho que me iban a renovar, incluso no me dejaron ir a Lanús y Platense que me buscaron pero el último día resulta que me dejaron libre”, recuerda. No encontraba equipo. El libro de pases cerrado.No le quedó otra que bajar cuatro categorías en un par de semanas, con tal de seguir en el vicio del fútbol. Pero la situación lo marcó. “Estuve una semana pensando dejar de jugar. Terminé en Germinal de Rawson, en el Torneo del Interior hasta el 92”. De compartir habitación con Batistuta, a las canchas de tierra. O incluso a veces peor. “Recuerdo que tenia de compañero a ´Poroto´Russo, hoy manager de Instituto. El venía de Estudiantes. Fuimos a jugar a Río Gallegos y la cancha era de piedras. Llegamos al vestuario y se hizo el lesionado para no jugar, no soportó la situación. Yo si porque estaba acostumbrado a los potreros, cuando jugaba en la reserva de Boca, terminaba y me iba a jugar el campeonato de barrio”.
No estaba dispuesto a bajar los brazos en pos de volver a primera. Pasó por Independiente Rivadavia de Mendoza en el Argentino A, donde ascendió al B Nacional. Huracán de Las Heras, San Martín de Mendoza, llegó a la primera división de Bolivia con Independiente Petrolero, volvió a Atlético Tucumán en el Argentino A y en el 2003 llegó a Alumni. Nunca llegó a jugar el Argentino B, pero si consiguió algo que aún conserva. “Lo mejor que me tocó vivir fue conocer a mi señora con quien hoy llevo 7 años de casado. Me la llevé cuando jugué en Policial de Catamarca y hasta a La Rioja donde terminé mi carrera en Independiente”. Un final de la peor manera. Con un tendón de aquiles que se cortó dos veces y la invitación de los médicos a priorizar la calidad del resto de su vida por sobre unos años más como jugador.
Con los pibes de la escuelita que lleva su nombre |
El próximo 24 de marzo, tras 26 años, se juntan los pibes de su clase 70 de Boca para jugar un picado contra la 69, la de Diego La Torre. “Diego le esquivaba mucho a la parte física, solo entrenaba cuando hacíamos fútbol y le gustaba el tenis, hasta que se dio cuenta del talento que tenía y que el fútbol era lo suyo. Todas las anécdotas y amigos que me quedan, después de tanto tiempo es lo más lindo del fútbol”.
Hoy, con 41 años, dirige en Las Junturas todas las inferiores y tiene unos 40 chicos en su escuelita. Nunca pensó que nuestra ciudad sería su casa, “pensaba vivir en Mendoza cuando me retirara pero conocí a mi señora que es de Villa Nueva y me encontré con un lugar hermoso que me dio la posibilidad de seguir ligado al fútbol pero con una tranquilidad que no tiene precio”, dice sonriente mientras se le acerca otro bajito, apenas espiando algo por detrás del flequillo, y le pide que arme un picadito, profe, porque hoy vinieron casi todos.
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