sábado, 17 de septiembre de 2011

Rodrigo Santoni: Gambeta villamariense en tierra indonesa

De Villa María a Indonesia. De Rivadavia de Arroyo Cabral a la primera división del país Asiático. Sin escalas previas. Hace 6 años, Rodrigo Santoni, hoy con 29, decidió irse porque le dijeron que iba a conocer Bali. “Conozco un poco y después me vuelvo”, dijo en aquel momento.

En ese entonces era todo lo que sabía sobre el lugar al que iba a llegar. Ni que está conformado por 17.508 islas, ni que es el cuarto país más poblado del mundo. De su fútbol, menos aún.
“Tampoco nunca me había subido a un avión, era la posibilidad de conocer”. Totalmente a la deriva. Pero no podía dejar pasar la oportunidad.
Después de debutar a los 16 años en la primera de River, tener un corto paso por Alumni, vestir los colores de Central Argentino, de compartir equipo con su tío en Española, y de recaer en Rivadavia de Arroyo Cabral, con 24 años le llegó una posibilidad que nunca había buscado. “Nunca fui a una prueba porque no me gustaba”, recuerda.

Un fútbol nuevo

El Villamariense ex Alumni y Belgrano, Federico Ferrer, recomendó a Rodrigo con un ex compañero “Pirata” que ya estaba en Indonesia y al cual le habían pedido jugadores.
“Gracias a Federico me salió la oportunidad, siempre le voy a estar agradecido porque todo esto es por él. Me agarró de sorpresa. No tenía ni idea donde iba a parar, pero me la jugué por ir”.
Más allá del sueño que puede tener cualquier que patee una pelota, Rodrigo era feliz en la liga por el simple hecho de poder jugar, por eso no tenía nada que perder ante semejante oportunidad. “Siempre jugué al fútbol porque amo este deporte. Si no aparecía esa chance, quizás tendría 5 títulos de la Liga más y estaría trabajando en una obra de construcción”.
Se subió al avión y partió nomás, hacía un lugar desconocido, donde todo era diferente, solo sabiendo el idioma universal que se habla con los pies.
“Fue muy duro acostumbrarme apenas llegué. La religión era distinta, el clima, las comidas, y recién allá me di cuenta que realmente estaba muy lejos”.
Se pasó los primeros 2 meses y medio sin poder jugar por problemas con el transfer.
Una vez que llegó, se sumó a un club de primera división, (de la que no se bajaría) más llamado PS DS, y en 4 partidos que alcanzó a jugar antes que se echaran al técnico, mojó 2 veces.
“Al técnico nuevo no le gustaban los jugadores latinos, solo quería africanos. Así que los 3 latinos que estábamos nos tuvimos que ir”.
Sin club, cruzó la frontera y se fue a probar a Malasia, donde jugó una temporada antes de volver.
Extrañamente, encontró un club en el que permaneció durante 4 años. “Es raro que le renueven contrato a un extranjero porque ellos hacen negocio cambiándolos. Ganan más plata porque se manejan mucho por atrás. Yo tuve suerte de hacer las cosas bien y quedarme mucho tiempo”.
A base de goles, “vengo metiendo entre 10 y 12 por temporada, y alguna puedo haber metido más”- afirma, consiguió dar un salto a un equipo más grande, de una ciudad mayor y con el cual todavía tiene contrato. Un vínculo que soñó con romper al recibir el llamado de un par de dirigentes de Alumni en el Agosto que se fue.

Esas ganas de volver

Más allá de que encontró un lugar en donde puede vivir del fútbol, al cual está acostumbrado, y en donde cosecha una buena cantidad de amigos, los más de 15 mil quilómetros que separan a nuestro país de Indonesia, después de 6 años, parecen haber sido suficientes.
“Tenía pensado que este haya sido el último año, tenía ganas de quedarme acá, ya estoy un poco cansado”.
Su ilusión de volver se acrecentó en estas últimas vacaciones cuando lo llamaron desde El Fortín. Más aún al haber entrenado con el plantel que se preparaba para la actual temporada del Argentino A. Pero, según dice, todo quedó en nada.
“Ojalá pudiera jugar lo más cerca posible de mi casa. Cansa estar lejos de la familia, los amigos, verlos 1 mes cada 10 y pasar muchas fechas lindas solo. Pero no es fácil volver, en Argentina das vuelta una piedra y hay un jugador de fútbol”.
Sin la posibilidad de sumarse, al menos, a un equipo de Argentino A, por el momento el apellido Santoni seguirá sonando en Indonesia, donde económicamente le resulta conveniente. “Se ganan buenos premios, hasta podría vivir de ellos tranquilamente, porque te dan casa, auto, comida, entonces no tenés en que gastar el sueldo que ganás”.


Ya nada lo sorprende

Lógicamente, después de tantos años, hay cosas que ya no lo sorprenden, pero reconoce que al principió todo era “muy raro” aunque por suerte han cambiado desde que llegó.
“El fútbol mejoró mucho, se juega mejor, antes solo se corría y se pegaba mucho. Son vagos para entrenar por eso recién hace un par de años se incorporó el gimnasio y se entrena doble turno”.
Lo más llamativo es la naturalidad con la que Rodrigo cuenta  por qué antes, el local ganaba siempre.
“Se arreglaban mucho los partidos, había mucha mafia, ahora no. Recuerdo el primer año ir en el colectivo a jugar y escuchar a mis compañeros indonesios hablar de que íbamos a perder 3 a 0 y con un gol de penal”.
Más allá de esto, la pasión que despierta este deporte no distingue banderas. Según cuenta Rodrigo, los partidos se juegan ante 25 mil o 30 mil almas, lo reconocen en la calle y le piden autógrafos, y la televisión transmite casi todos los partidos.

Una experiencia recomendable

Ningún aspecto técnico ni físico le resultó tan importante a Santoni para permanecer en el país asiático como la fortaleza mental. “He visto jugadores muy buenos volverse al mes. Si uno está bien de la cabeza y siente que tiene condiciones para jugar en cualquier lado, no hay límites”.
El haber podido viajar, jugar a canchas llenas, conocer lugares y gente que nunca hubiera imaginado son suficientes para recomendarle a cualquiera a que se anime ante una oportunidad similar. Y así como Ferrer lo recomendó a él, Rodrigo se anima a dar sus nombres. “Si me pidieran que recomiende a jugadores, les digo al Puli Berterame, Facundo Basualdo, Franco Ortiz, Matías Rojas y Falucho Herrera”.
Quizás haya sido suerte, como la puede tener cualquiera. A Rodrigo Santoni le tocó disfrutar y vivir del fútbol en medio de una isla, entre los océanos Índico y Pacífico. Pero no hay que irse tan lejos para hallar ese momento que él elige por sobre cualquier equipo de primera o gol a estadio lleno: “Me quedo con la etapa que jugué en Española con mi tío, Marcelo. Haber compartido una cancha con él fue lo más lindo que me pasó”.

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