Carlos Horacio “El Loco” Salinas estuvo
solo un puñado de meses en Alumni, pero su estadía fue un torbellino que
revolucionó no solo el club, sino toda la ciudad. Carismático, humilde,
espontáneo y verborragico… antes y ahora, Loco.
Parece tener
la receta para convertirse en ídolo. No estuvo más de 6 meses en Alumni, pero
nadie que haya vivenciado sus locuras podrá olvidarlo. Carlos Horacio “El Loco”
Salinas siempre encuentra lugar en su biblioteca de anécdotas para alguna
fábula más. Tras su último paso por Villa María, abrió el anecdotario que permite
comprender cómo se hizo ídolo eterno en un lapso fugaz.
Un tipo que
en la plenitud de su carrera, con 28 años, luego de haber sido campeón América e Intercontinental con Boca, llega a un club de barrio del interior
de Córdoba que elije por encima de la institución que lo vio nacer,
definitivamente no es normal. O si, tan normal que anda por la vida dejándose
llevar por las circunstancias para construir un camino basado en lo espontáneo.
“¿Usted
es Salinas?”
Era 1984, el
“Loco” arregló de palabra con San Martín de Tucumán, el club de su barrio, y se
vino a pasear a nuestra ciudad porque andaba noviando con una piba de acá.
“¿Usted es
Salinas?”, lo interrogaron dos de esos locos que sueñan con cosas que los demás
ven imposible mientras tomaba un café. Eran Daniel Esper y Eduardo Rodríguez,
quienes necesitaron un puñado de minutos para convencerlo de que tenía que
jugar en Alumni. Casualidad o causalidad, el destino puso al “Loco” en el mismo
bar que dos de las personas que veían el fútbol villamariense un poco más allá
de las vías del tren. Ese mismo día avisó a los tucumanos que no volvería.
“No tenía
idea con que me podía encontrar, no conocía absolutamente nada del club”,
recuerda quien fue uno de los cinco jugadores pedidos por el “Zurdo” López que
pasaron de Boca a Argentino Jrs. como parte de pago de Diego Maradona.
Carisma por doquier
A los gritos
por las calles de la ciudad en su BMW amarrillo instando a la gente a que vaya
a la cancha, o yendo personalmente a cada recóndito bar, de esos donde no
importa que el sol de la mañana pegue en la ventana, el vermut y la timba nunca
faltan. Durmiendo la pelota en la nuca en pleno partido ante la mirada atónita
de sus rivales para hacer delirar Plaza Ocampo, o peleándole de igual a igual
al Belgrano invicto de la Liga Cordobesa. Nadie le decía que tenía que hacer,
su idiosincrasia lo llevó a revolucionar la ciudad y su talento lo acompañó
hasta la idolatría. Salinas valía cada peso que se había invertido y cumplía
con los mandamientos que le habían marcado. “El trato que tenía con Alumni, no
solo era jugar y mantener al equipo en la categoría, sino llevar gente a la
cancha, y hacía lo que más podía para eso”.
Más allá de
sus exquisitas condiciones futbolísticas, al “Loco” también le sobraba eso que
no se adquiere, no se entrena, ni mucho menos se compra. Le sobraba carisma. No
era extraño que pasara horas en un café charlando de fútbol con cualquiera que
se acercara a su mesa.
“Una vez se
corrió el rumor que me estaba por ir y los hinchas salieron a pintar las
calles como protesta”, recuerda Carlos Horacio, que fue factor determinante para
que Miguel Ángel Brindisi de en Alumni, el primer paso de su exitosa carrera como
técnico.
“Era un
maestro. Siempre encontraba la forma de hacer expulsar a los jugadores más
desequilibrantes del rival. En una oportunidad, después de un partido contra
Estudiantes de Río IV invitó a la bandita a la quinta de Rubén Guillén. Ahí nos
esperaba con un terrible asado. Era imposible que el hincha no lo quiera, por
lo que hacía adentro y afuera de la cancha”, cuenta, desde Estados Unidos,
Fernando Arce, el “Enano”, uno de los emblemas de La Bandita de Alumni de
aquellas épocas y éstas también.
El esfuerzo
por parte de los dirigentes tenía una retribución inmediata. Plaza Ocampo
explotaba de gente en cada presentación del Fortinero. Los empujones y tironeos
para ganarse un lugar de privilegio bien cerquita del alambrado eran una postal
habitual. Ni el agregado de tribunas tubulares evitaba que muchos quedaran en
la vereda, esperando tener mejor suerte el próximo partido.
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Reencuentro. El "Loco" y el dirigente Eduardo Rodríguez en su último paso por Villa María |
Fútbol y algo más
Quienes lo
vieron jugar, aseguran que era un júbilo. Cada minuto que pasaba en el césped
con la camisera rojiblanca, cada pelota bajo la suela, o cada instante de
inspiración se convertiría en una pieza que cobraría valor con el tiempo en el
museo de la memoria. Pero no estaba solo.
“Nos
entendíamos a la perfección porque los pibes estaban muy motivados y entrenaban
muy bien. Era conmovedor ver como dejaban todo por Alumni. El equipo era muy
bueno, llegamos a la final y perdimos el título con Belgrano”, alude el “Loco,
y tira: “Carlitos Estobia en el arco; Luis Cáceres de seis, Rapeti de 2, Cachi
de 3 y Ruidavet de 4. También jugaba Aureliano Sánchez, Jorge Molina, el
“Griego” Diotidis, Agonil, Rubén Guillén y Beltrano. Más o menos esa era la
base del equipo. El “Nene” Miranda era el técnico, muy bueno, pero sobre todo
un gran tipo”.
“Ponía la
experiencia que tenía para aconsejar a mis compañeros. No me interesaba solo
jugar, sino poder ayudarlos a ellos también, me preocupé mucho por que nos
conozcamos bien”, asegura Salinas, quien a la experiencia, le agregaba la
picardía, como la vez que un tiro libre ejecutado por Rubén Guillén se fue al
lado del palo y el “Loco”, al ver la tardía reacción del árbitro, lo abrazó y
le dijo que lo gritara. Salieron corriendo con los brazos abiertos, el árbitro
compró la actuación y convalidó el gol.
El legado
Cuando
alguien se marcha de un lugar y deja huellas, quiere decir que de verdad ha
pasado por ahí. Si esas huellas roban sonrisas, de las que no se añejan con el
paso del tiempo, quiere decir que en ese lugar, ha dejado una porción de sí. “A
donde voy hablo de Alumni. Fue fugáz, pero muy importante para mí”, dice en un
inusual tono de seriedad para sus expresiones.
Carlos
Horacio el “Loco” Salinas ya no es ese futbolista que luego de obtener la Copa
Intercontinental almorzó en el clásico programa de Mirta Legrand y no probó
bocado alguno por si justo le hacían una pregunta y lo agarraban masticando.
Pero si es el mismo que sigue atrapando la atención de todos a su alrededor
cada vez que abre la boca para desempolvar una historia. Hoy, el “Loco” pasea
sus anécdotas por las innumerables peñas xeneizes a lo largo y ancho del país.
Está jubilado del club, lo mismo que muchas otras glorias de Boca. Y de tanto
en tanto, le da una mano a Carmelo Simeone con las inferiores. Pero nadie mejor
que él, para explicar su presente: “¿Qué cómo estoy? ¡Bien! Lo único que me
falta es pique, pegada, dominio, gambeta, apoyo, gol, contacto físico y cabeza.
Pero en general ando bien”, cierra entre risas. No podía ser de otra manera.