sábado, 4 de junio de 2011

Carlos Menard y su favor al básquet

Fabricio no puede seguir jugando. Dice que no tiene la plata para viajar desde Las Varillas a Villa María. El pibe que creció 10 centímetros en un verano y sueña con jugar en la NBA está por despertar del sueño antes de empezar a soñarlo.
Pero hay alguien que se encargó de cambiar su historia. Fue Carlos Mario Menard.

Tenía 8 años cuando empezó a jugar al básquet en Unión Central. Por aquel entonces, la figura del entrenador de formativas no existía, se aprendía a jugar mirando.
Siempre el más alto de su clase, con 15 años, Carlos Mario Menard debutó en primera y al año siguiente pasó a Belgrano de General Cabrera donde por primera vez le pagaron por jugar.
Su talento parecía no tener límites, a los  17 partió hacia Córdoba. Lo quería Atenas, pero eligió un equipo de la “B” que hoy no existe, Nuevo Brasil. Ese año, sus excelentes rendimientos lo llevaron a integrar la selección de Córdoba de Mayores para jugar un Argentino y se convirtió en el primer jugador que estando en la segunda categoría de Córdoba integró una selección provincial. “Era lo más alto a lo que se podía aspirar a jugar”.
Con 19 años pasó a Unión Eléctrica, en donde además de cobrar por sus dobles, todo el plantel de primera trabajaba en EPEC. Su camino siguió en Redes Cordobesas.
En uno de los tantos campeonatos argentinos que disputó con la camiseta de Córdoba, a los 22 años, conoció a Eduardo “Tola” Cadillac, en aquel momento el mejor base de la argentina y quien le abriría las puertas de Capital Federal.
Lo tentó con ir a Bueno Aires y Carlos no lo dudó. A la semana le llegó una invitación del Club Deportivo San Andrés para sumare a entrenar.
El básquet ya era su medio de vida, pero fue en San Andrés, durante 8 años, donde se encontró con dinero de verdad. “Me ofrecieron 4,5 millones de pesos por mes. Un 0 Km salía 5, ¡cobraba una barbaridad!”.
A los pocos meses de pisar Buenos Aires le llegó el momento que todo deportista añora en su carrera. En el 79 fue convocado a la Pre Selección Argentina que se preparaba para los Juegos Olímpicos de Moscú 80. Jugó los partidos previos en las giras, pero se perdió el Pre Olímpico en Puerto Rico en el que Argentina salió tercera logrando la clasificación. “No pude jugar porque me lesioné, fue la única vez en mi carrera”. El sueño de llegar a un Juego Olímpico estaba intacto pero el recordado boicot de USA a Rusia lo dejó sin la posibilidad. “Éramos 14 jugadores y yo prácticamente estaba adentro del equipo que iba a ir a los Juegos. Después no me volvieron a convocar, pero haber vestido la camiseta de la selección argentina no me lo quita nadie”.
A los 30 lo compró San Lorenzo y al año siguiente su casa fue Sporting de Mar del Plata durante tres años.

Fue testigo y protagonista de hechos determinantes en la historia del básquet argentino. Como en 1985, cuando de la mano de León Najnudel nació la Liga Nacional de Básquet tal como la conocemos hoy. “Si no se hacía eso el básquet argentino desaparecía porque se había estancado”.
O como la llegada de los primeros extranjeros al país. “Subieron el nivel del básquet, pero además eran baratos, cobraban menos que cualquier jugador argentino, tanto es así que Boca llegó a tener 7 en el equipo.”

El gran Unión del 86

Fue 1986 el año más glorioso del básquet Villamariense a nivel club. Carlos recibió un llamado de su hermano Eduardo, también jugador, que lo tentaba para volver a su ciudad y al club de sus amores. Unión Central había tenido buenas actuaciones en las categorías de ascenso, pero faltaba algo.
Así es como, con 34 años, obvió cualquier otra oferta para seguir en lo más alto del básquet argentino y se ilusionó con llevar a Unión a primera.
Cuenta Carlos que el proyecto fue similar a lo que sería el Villa María Voley en la actualidad. El básquet de Unión se tercerizó y los hermanos Menard eran quienes lo manejaban.
“Lo primero que le dije fue que si quería ascender a la Liga Nacional A tenía que traer 2 americanos. Fuimos a Buenos Aires y los elegí. Fue la primera vez que extranjeros pisaban la ciudad para jugar”.
El básquet de Villa María se codeó con los mejores equipos del país. En seis meses Unión pasó el torneo Provincial, ascendió a la C y llegó a la B. Solo faltó un paso.
“Fuimos un equipo muy poderoso. Los grandes equipos venían a jugar. En nuestra cancha cayó Atenas, y hasta vino el Franca de Brasil. Llevábamos mucha gente a la cancha. Y cuando salíamos a jugar afuera nos tenían un gran respeto”.
Pero al año siguiente el proyecto se derrumbó. “Por problemas dirigenciales dejó de estar tercerizado y en el 88 terminaron regalando la plaza que habíamos ganado con tanto sacrificio”.
Suena convencido cuando se lamenta de que Unión Central “se perdió la gran oportunidad de ser un club de básquet al nivel de Atenas. Todos los jugadores de la región quería venir a jugar, y tenía unas inferiores muy buenas”.
En el 88 llevó sus casi 2 metros hacia San Juan para jugar sus últimos años en la Liga Nacional. Con 40 años y 25 en primera división le puso final a su carrera.

El equipo de Unión Central del ´86
Como técnico, entre Lamas y Oberto

Su enorme carrera con los cortos fue de la mano con la de entrenador. En cada uno de los clubes donde jugó fue técnico de las divisiones inferiores.
Más allá de los títulos que ganó sentado en el banco, hay instantes en la trayectoria de Carlos como técnico que en su momento quizás no tuvieron relevancia, pero que luego el tiempo se encargó de darle el derecho de sentirse orgulloso por ellos.

El primero es de su paso por San Andrés. Dirigía cerca de 250 chicos acompañado de “monitores” que conducían a las distintas categorías. “Había un cadete que jugaba en el club que estaba todo el día atrás nuestro porque le gustaba lo de ser entrenador, así que le di una categoría para que dirigiera. Hoy tengo el orgullo de poder decir que Julio Lamas fue monitor mío”. Quién iba a imaginar que esa sería la primera experiencia de quien luego se convertiría en uno de los mejores técnicos del país, hoy al frente de la selección argentina.

Los otros, ya habiendo reemplazado la musculosa por un saco, traen el recuerdo a Villa María.
No se hace cargo ni tampoco se siente responsable, pero indudablemente Carlos tuvo gran influencia en la vida deportiva de Fabricio Oberto durante los tres años que el “lungo” de Las Varillas estuvo en Ameghino.

“Cuando llegó medía cerca de 1.85 y no marcaba diferencias sobre el resto en cuando a lo basquetbolístico, pero si en cumplimiento y sacrificio”.
La práctica comenzaba a las 19. Carlos habitualmente era el primero en llegar, pero desde que se sumó Fabricio pasó a ser el segundo. “Como siempre llegaba temprano le propuse aprovechar el tiempo y entrenar solos. Trabajábamos mucho fundamentos, ganchos y ejercicios de salto”.
Pero la circunstancia que marcó a fuego la relación entre ambos fue el día que Oberto fue a entrenar por última vez. Le comunicó que por problemas económicos no podía jugar más, no podía seguir viajando.
Carlos confiaba en el potencial de Oberto. Sabía que tenía lo necesario para llegar a lo más alto y por eso no dejó que ese juvenil que crecía a pasos agigantados abandonara su sueño. Primero convenció a sus padres de que ese chico sería la salvación económica de la familia y prometió guiarlo. Después, se encargó de que sea el primer juvenil pago de la ciudad. “Por suerte conseguí los $100 de viáticos para darle y siguió jugando”.
Al año siguiente, se comunicó con Rubén Magnano y Walter Garrone, por entonces técnicos de Atenas, con quienes aun hoy mantiene una relación de amistad y cumplió con su palabra. “Ya tenían visto a Fabricio pero no los terminaba de convencer. Les comenté de él, confiaron en mi palabra y se lo llevaron a Atenas”.

Carlos como técnico de Ameghino. A su izquierda, Fabricio Oberto

Oberto cumplió su sueño. Brilló en la Liga Nacional, pasó por los mejores equipos de Europa, tocó el cielo con las manos en la NBA y fue pieza clave de la Generación Dorada Argentina. Pero hay algo que enorgullece a Carlos más que ninguna otra cosa: Poder asegurar que lo único que sigue intacto de aquel flaco que pisó Ameghino por primera vez, es su humildad.
“La última vez que nos vimos fue porque Fabricio me llamó para avisarme que venía a Villa María y quería saludarme. Lo primero que me recordó fue la primera vez que hizo una volcada en un partido y salió corriendo al banco de suplentes para abrazarme. Se acuerda de todo, hasta de las primeras zapatillas que le regalé”.

3 comentarios:

  1. muy buena nota.. llegue por twitter http://twitter.com/#!/andresp/status/77893103725461504

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  2. Fernando de Goycoechea7 de junio de 2011, 15:59

    Excelente trabajo y comparto con usted que las historias están ahí esperando ser contadas... Felicitación sincera.

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  3. Carlitos Córdoba Querido... uno de mis grandes Maestros !!!!
    Por dónde andás ??
    Agradezco le hagan llegar mi mensaje.
    Gran Abrazo Profe.
    Leo Cichetto

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